

En 1987 se produjo uno de los momentos históricos del sorteo televisado de la Lotería de Navidad. Una niña de trece años se equivocó a la hora de cantar el premio y el hombre que controlaba el proceso la riñó con vehemencia. "¡Qué has cantado aquí, niña!". Automáticamente un grupo de fotógrafos y periodistas rodearon a la criatura para presenciar de cerca el abucheo, con la niña llorando y el señor enfurecido por el error. Horas después, Jesús Hermida dedicaba un buen rato de su magacín a volver el abucheo a aquel hombre autoritario que no había sido comprensivo. de inflexión en el trato que se daba a los niños durante el sorteo, al menos ante las cámaras.
Han pasado 37 años desde entonces. debe observar con resignación cómo, con el paso de los años, la gracia de este sorteo tan decadente ahora radique en que los niños de Sant Ildefonso se equivoquen. Antena3 Noticias resumía los momentos más divertidos de la retransmisión. "Confusión al cantar un premio" titulaba el rótulo en la parte inferior de la pantalla. Recuperaban el instante en que una niña cantó el gordo cuando el premio ya había salido. En realidad, la cifra era de mil euros, pero ella se excusó: "Es que un chico me ha dicho que cante el gordo...". Las imágenes las ofrecieron por triplicado. Primero en la introducción como reclamo, con más detalle en el desarrollo de la noticia y un repicón para cerrar la información. También incluyeron otros momentos, como un niño persiguiendo una de las bolas que había caído, una niña tropezando y un niño trabalenzándose. La noticia incluso hacía ironía de la más fina para comentar con tierna. condescendencia la práctica de "darle buena entonación hasta con la mano", subrayando las florituras que hacía un niño con la mano para acompañar a la cantinela.
El sorteo y la televisión han normalizado un espectáculo que tiene más inquietante que divertido. Nos hemos acostumbrado al ritual, pero el acto perpetúa un tipo de adiestramiento infantil propio de otra época. El vestuario de los niños nos evoca un imaginario de disciplina, obediencia y jerarquía que conecta con el espíritu de la educación franquista. Puede apelarse a la excusa de la nostalgia, pero precisamente eso es lo que lo hace aún más perturbador. Se intenta reproducir una inocencia infantil que a estas alturas es artificial y ridícula. Algunos adolescentes parecen angustiosamente infantilizados, domesticados por un espectáculo que los acoge falsamente, porque en realidad parecen niños explotados por el sistema. A estas alturas, hacer participar a los niños del show de la morterada, de un juego de azar económico, es contradictorio con los valores pedagógicos actuales. La lotería engaña a los niños en un modelo de conducta, relacional y educativo impropio de un país moderno y progresista. Se ha normalizado una utilización de la infancia que, en el contexto actual es grotesco, espantoso y caduco.