

Es difícil recordar una serie española con un inicio tan potente y cómico. El rey de España, justo antes de empezar la final de la Copa del Rey, se espera frente al espejo de los baños del Estadio Metropolitano. Encerrada en uno de los inodoros está su hija, la princesa Pilar, que se niega a comparecer en el palco. No quiere ser silbada por las aficiones de los equipos rivales. El rey la tranquiliza prometiéndole que la televisión bajará el sonido del estadio y subirá el volumen del himno español y le recuerda que todo podría ser peor. Y la princesa, admirada, le pregunta: "¿Peor que dos equipos de putos catalanes?" Los rivales resultan ser el Barça y el Girona. Más tarde, un primer plano televisivo permitirá leer los labios de la princesa aguantando el chaparrón. Y todo esto antes de los créditos iniciales.
Así arranca Su majestad, la serie de Borja Cobeaga y Diego San José, creadores de Ocho apellidos vascos. Son siete capítulos de treinta minutos en la plataforma Prime Video que parodian a la monarquía española. La historia tiene algunos elementos en común con la verdadera casa real. El rey Alfonso XIV (Pablo Derqui) debe irse apresuradamente de España después de que se haya descubierto que tiene una fortuna en un paraíso fiscal. La princesa Pilar (Anna Castillo) se convertirá en la representante en funciones de la Corona. Es una comedia que no pretende, en ningún caso, parecerse a un The Crown a la española. En realidad es una sátira sobre el rostro oculto de las dinámicas de poder de la monarquía. La princesa Pilar vendría a ser la alter ego de Victoria Federica de Marichalar. Una chica sin estudios, frívola, de vida disipada, que ha crecido en un entorno en el que el tráfico de influencias, la corrupción y la impunidad son prácticas habituales de su padre. "¡Pero si a los jueces del Constitucional nos los cargamos con un grupo de WhatsApp!", exclama indignada cuando ve que su padre debe huir de la justicia apresuradamente en vez de que el Tribunal Supremo esconda la imputación bajo la alfombra. La serie tiene ritmo, buenos diálogos, buenas interpretaciones, y es hábil en la construcción de conflictos. Sabe jugar con un humor que no busca el gag desgarrado sino la habilidad para crear un espejo de la actualidad que provoque una sonrisa.
Su majestad nos transporta a las bambalinas de la monarquía actual y evidencia su impunidad y obscenidad. Es también un retrato de esta nueva generación de sucesores inútiles, los reyes de las discotecas de moda de Madrid, donde celebran fiestas patrióticas con la versión tecno del himno de España. Es una parodia mordaz (aunque seguro que muy ingenua respecto a la realidad) que muestra la decadencia de la institución y la capacidad para tapar los trapos sucios de sus representantes. Hacia el final intentan buscar la empatía con la protagonista, pero, sin embargo, vienen a decirnos que los sucesores no son mejores que los eméritos, sino que solo lo aparentan, porque la estructura ya está muy podrida y tiene sus inercias.