Grupos de extrema derecha xenófoba llevan una semana manteniendo enfrentamientos con la policía en todo el Reino Unido a raíz del asesinato de tres niñas cometido por un joven nacido y criado en Gran Bretaña pero de ascendencia africana. En un primer momento corrieron informaciones falsas que apuntaban a que el agresor era un musulmán demandante de asilo, pero la violencia y las protestas atizadas por estos grupos ultras ha continuado igualmente, lo que demuestra que el problema no era que fuera un inmigrante o un refugiado sino el color de su piel. Los disturbios se han convertido en la primera crisis política del nuevo gobierno laborista, que ha prometido mano dura contra los alborotadores y ha desplegado un numeroso dispositivo policial para hacerles frente.
Los convocantes han llamado a concentrarse frente a hoteles donde se alojan demandantes de asilo e incluso frente a los bufetes de abogados que les tramitan los expedientes. Y en los últimos días se han atacado mezquitas y otros sitios relacionados con la comunidad musulmana. Se trata, pues, de los altercados racistas más importantes en Gran Bretaña de los últimos tiempos, atizados por grupos de extrema derecha y antiinmigración, que han aprovechado el asesinato para amplificarlo y difundir a través de las redes sociales sus relatos apocalípticos y discursos de odio. Uno de los que han animado las protestas de la forma más entusiasta ha sido el propietario de la red X, Elon Musk, con mensajes tremendistas anunciando una próxima guerra civil en Reino Unido.
En todo caso, lo que está ocurriendo en Reino Unido es la prueba de la capacidad desestabilizadora que tiene la extrema derecha en Europa, del uso que hace de la violencia en la era de las redes sociales y de la capacidad de penetración de su discurso. Recordemos que una de las primeras medidas del gobierno laborista fue desmontar la política migratoria que estaban imponiendo los conservadores por considerarla poco realista (las promesas de repatriaciones masivas eran irrealizables) y poco respetuosa con los derechos humanos. El gesto de Keir Starmer suponía una novedad histórica en el contexto europeo, donde más que dar marcha atrás se están aplicando medidas cada vez más restrictivas incluso por parte de gobiernos teóricamente progresistas. El reto de Starmer es ahora convencer a la opinión pública de que este no es un tema con soluciones fáciles, como pretenden los ultras, que al igual que no ven con buenos ojos los británicos de ascendencia africana o asiática también están en contra de la inmigración europea (española o italiana, por ejemplo), a pesar de las evidentes necesidades de mano de obra de su mercado laboral.
Lo que sí enseña el caso británico es que hay mucha más gente de lo que pensamos dispuesta a relacionar una determinada cultura u origen con la delincuencia o la violencia (sin tener en cuenta los factores socioeconómicos) ya rechazar considerar a los vecinos diferentes como connacionales. Y la tentación autoritaria que se esconde detrás de ese discurso es la principal amenaza que afrontan ahora mismo las democracias liberales.