Sala llena y aplausos al final. La película El 47 remite a batallas ganadas en otro tiempo. Sin embargo, haríamos bien en no caer en la nostalgia y en no pensar que tiempos pasados fueron mejores o creer que los problemas que se relatan ya están superados. Me temo que desde una perspectiva colectiva la película no tiene un final feliz, sino que apunta a problemas urbanos y sociales todavía sin resolver. En este sentido, más allá de estereotipos y exceso de azúcar, El 47 es una toda una lección de urbanismo contemporáneo.
La lección comienza con un golpe directo. La policía franquista derribando autoconstrucciones de los protagonistas a medio acabar conecta directamente con la violenta imagen de los desahucios de muchas familias que vemos todos los días. En Cataluña 7.147 desahucios en 2023, casi 20 al día. Los responsables y los ejecutores del castigo pueden parecer distintos, pero la injusticia es la misma, y la razón que motiva los hechos también. El derecho a una vivienda digna es hoy en día todavía el gran reto político y urbanístico pendiente, y de desgarradora actualidad. Desde los años 80 se han hecho muchos esfuerzos para dotar a los barrios de espacio público y equipamientos, pero, en cambio, se ha hecho poco para garantizar el derecho a una vivienda digna, derecho que pasa inevitablemente por extraer la vivienda de la dinámica de mercado. Ha sido sólo en los últimos años que desde el Ayuntamiento de Barcelona, con el gobierno Colau, se han impulsado nuevas medidas en este sentido, que deberían tener continuidad para incrementar sus efectos. El abuso de la vivienda como negocio por parte de inversores locales y globales, la presión turística y las proyecciones demográficas al alza en Catalunya no auguran un escenario optimista. A menos que el conjunto de administraciones públicas responsables se atrevan a emprender políticas públicas y urbanísticas nunca vistas y que verdaderamente cambien la situación.
Planteado el problema fundacional de la vivienda, el segundo gran tema urbanístico a destacar es la relación de los barrios, en este caso Torre Baró, con el conjunto de la ciudad. El sentimiento de pertenencia a la ciudad exige conseguir servicios urbanos dignos, pero sobre todo, y éste es el factor protagonista, para que llegue el autobús. Es como decir que la ciudad llega hasta dónde llega el transporte público. Pura poesía urbanística. ¿Cuántos barrios y polígonos industriales siguen hoy sin transporte adecuado? Peor aún, ¿cuántos desarrollos urbanísticos están en marcha o planificados sin estar conectados a las redes de transporte público? ¿Por qué no aprendemos la lección de la película y hacemos del transporte público un elemento prioritario y estructurador del desarrollo urbano del territorio? No habría medida más adecuada para mejorar la calidad del aire y las calles.
Y, lección final, el urbanismo, aunque no es suficiente, es necesario para fomentar la vida comunitaria, porque tal y como enseña El 47 los problemas que vendrán les afrontaremos mejor colectivamente que individualmente.