

Escribo este artículo para recomendarle vivamente la serie True love, que encontrará en Filmin. Seguramente si ya ha superado lo que llamamos la madurez y está entrando en lo que llamamos, eufemísticamente, la tercera edad, o sea, la vejez, le impactará tanto como a mí.
Me imagino que a cada uno le llega en una edad diferente, pero hay un momento en la vida, que quizá coincida con un cambio de década, o con la jubilación, que empiezas a pensar en la muerte de una manera más insistente. Te planteas más en serio cómo y cuándo desearías que llegara –más tarde o más temprano, pero todo el mundo querría que fuera sin sufrir– y acabas asumiendo, con un gran miedo, que todo ello no depende de ti.
Cuántas veces, en los últimos tiempos, ante la enfermedad y/o la decrepitud de alguien querido, he oído la frase: "Me gustaría que hubiera un botón que pudiéramos pulsar en el momento que ya consideramos que en tenemos suficiente". Todos quisiéramos decidir cuándo y cómo morir: sin sufrimiento, en casa, con los nuestros cerca, quizás mientras dormimos.
True love va de todo esto. Tiene un guión que parte de una idea brillante y se desarrolla con grandes dosis de intriga, interpretaciones contenidas pero sensibles y un final que lo redondea.
Un grupo de personajes que ya superan los setenta se reencuentran en el funeral de uno de los integrantes del grupo que crearon cuando eran muy jovencitos. Al terminar la ceremonia de despedida pasan un buen rato compartiendo copas y, en plena borrachera, llegan a un pacto para ayudarse a bien morir unos a otros cuando llegue el momento. Consideran que éste es el amor de verdad, están todos de acuerdo y lo sellan con un brindis.
Los problemas llegan cuando ese pacto de borrachera debe cumplirse. A partir de entonces, la serie avanza haciendo asombrosas giragondas, con escenas que conmueven, y, sobre todo, provocando una buena reflexión sobre el debate de la eutanasia y la muerte asistida.
El guión adopta un tono de las series policiales de investigación de crímenes, sin concesiones al sentimentalismo y diálogos ingeniosos.
Hay que advertir, sin embargo, que si en algún momento el espectador empieza a poner la cara de un amigo querido a alguno de los personajes, se lo puede pasar mal. Es una serie que quizás no resulta fácil de ver a todo el mundo.
Una de las cosas sorprendentes es que la serie ha sido creada y dirigida por la actriz y guionista Charlie Covell, nacida en 1984, o sea, muy joven todavía. Su visión de la vejez es impactante: ha dibujado a unos personajes tratados con gran respeto, que actúan desde la dignidad y conservando su libertad de pensamiento y de acción en todo momento. Hay que mencionar la interpretación de los dos protagonistas, Lindsay Duncan y Clarke Peters, con todas sus arrugas y sus miradas llenas de sabiduría.
Viéndola he pensado en el amigo que tuvo mi madre con Alzheimer tantos años y que el día del funeral me decía: yo ya la lloré el día que no me conoció. O en la escritora Carlota Gurt, que hace poco confesaba en una entrevista en este diario: "Cuando veo a mi madre en la residencia me vienen muchas ganas de matarla". O en Àlex Gorina y sus hermanos, que han decidido vivir la última erapa de su vida juntos para cuidar a la madre y después cuidarse unos a otros. En todos estos casos estamos hablando de verdadero amor, desde mi punto de vista. Amor de lo bueno, generoso hasta las últimas consecuencias.
Hace sólo unos días que la Cámara de los Comunes británica votó a favor de legalizar la muerte asistida, que ha contado con la fuerte oposición de cuatro ex primeros ministros y una treintena de líderes religiosos. Sin embargo, las encuestas señalan que la medida cuenta con el apoyo abrumador de la ciudadanía británica.
Me gusta imaginar que los protagonistas supervivientes de True love, Phil y Ken, deben haber aplaudido al verlo en las noticias.