![El presidente argentino, Javier Milei, en la reunión anual del Foro Económico Mundial de Davos.](https://static1.ara.cat/clip/b76dfb2e-4a28-4833-8959-deb2466a5ab4_16-9-aspect-ratio_default_0_x575y327.jpg)
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Hace unos días, en su discurso de debut como vicepresidente del gobierno de EEUU, JD Vance dirigió a la multitud enardecida un discurso natalista igualmente encendido: "Lo diré de forma simple. Quiero más bebés en Estados Unidos de América", gritó, mientras recibía una ovación. Aunque mediocre, Vance es escritor y conoce, por tanto, la importancia de le mot juste: en este caso, la palabra clave es simple. Después de muchos años de simplificar el lenguaje hasta vaciarlo de significado, los asesores de comunicación y spin doctors de los partidos socialdemócratas han preparado el terreno en la retórica de los líderes iliberales, autoritarios o neofascistas. Se trata de dar mensajes muy breves y muy masticados: americanos, tenga criaturas.
Uno o dos días después, el superior de Vance, Trump el Destructor, reflexionaba sobre la conveniencia de que países árabes como Egipto o Jordania quieran acoger a un millón y medio de palestinos, porque "simplemente debemos limpiar todo aquello", en referencia a la Franja de Gaza. Se trataba de un llamamiento a la limpieza étnica, tan poco ambigua, por mucho que haya quien se esfuerce en hacer sobreinterpretaciones, como el saludo nazi de su hombre de máxima confianza, Elon Musk, el día de la toma de posesión como presidente del ogro naranja. Pocos días después, pasando de las palabras a los hechos, Trump provoca el caos dentro de EEUU al ordenar la paralización de las ayudas federales y hacer saltar por los aires, de paso, la separación de poderes.
Unos días atrás, en el Foro Económico de Davos, un buen amigo de Vance, Trump y Musk, el presidente argentino Milei, se explayó con un discurso de ultraderecha zombi, completamente fuera de la realidad, en el que como gran prioridad agenda política y económica mundial proponía una especie de guerra –no necesariamente metafórica– contra el wokismo, que según él es, literalmente, "un cáncer que es necesario extirpar". Allí demonizó hasta el delirio el feminismo, el ecologismo, el colectivo LGBTIQ+ y, en general, las minorías de cualquier tipo, culpables a su juicio de todos los males de Occidente, que también hay que "volver a hacer" grande" (el make great again ha cuajado como eslogan de la ultraderecha global) y debe hacerlo con afán de venganza.
Son discursos y actitudes difíciles de contrarrestar, desde el momento en que se profieren desde las tronas más altas del poder, desde los escaparates más supuestamente solventes, sin que encuentren prácticamente ningún obstáculo. Al contrario: una mayoría de medios de comunicación los reproducen de forma acrítica, o directamente los aplauden, y las redes sociales multiplican su repercusión hasta el infinito, mediante saltos y seguidores de carne y hueso debidamente alineados y enajenados. Como ya se ha señalado: no son discursos antisistema, como presumen sus autores, sino ultrasistema, con el agravante de que son impulsados y validados desde la oficialidad. Una oficialidad perversa, usurpada por quienes entienden el poder político como la mera satisfacción de sus ambiciones, y las de su grupo.