He leído muchos libros de crecimiento personal. Lo que a veces se ha dado en llamar autoayuda. Y algunos de mis libros publicados, aunque no soy psicólogo y apenas consigo resolver mis propios problemas, las librerías los han situado en esta sección: autoayuda. Todo vino por La buena suerte, escrito junto a mi buen amigo Àlex Rovira, con quien también escribí, años después, Las siete claves.
Al principio, mi vanidad y orgullo hacían que me disgustara esta clasificación de parte de mi obra, porque en los ámbitos literarios se ha visto como una literatura menor, un género de poco valor intelectual y artístico. Y yo, ego puro, quizá porque con los años a uno le va importando cada vez menos lo que digan, y también porque he aprendido que solo el paso del tiempo dirimirá lo que ha tenido o no valor creativo, intelectual, literario o artístico, lo cierto es que ha dejado de importarme dónde demonios cataloguen mis libros.
El caso es que estos días camino leyendo a autores clásicos: Cicerón, Marco Aurelio, Séneca, Epicteto. Varios de ellos pertenecen a la escuela de los estoicos. Las Meditaciones, de Marco Aurelio, no se puede dejar perder.
La cuestión es que, si en vez de Marco Aurelio, estuviera firmado por un autor vivo, les aseguro que el libro estaría catalogado con los de autoayuda. Las Meditaciones son una larga relación de consejos en segunda persona del singular al lector: “aprende a…” “fíjate en…” “no digas que…” “no temas sobre…” “vive conforme a…”.
Hace muchos años pasé un cáncer y durante el duro tratamiento de quimioterapia me dio por leer la Biblia. Creo y no creo en Dios. Bueno, creo a mi manera. Pero desde luego no en el Dios de los libros religiosos. Las obras religiosas nos acercan a Dios y nos acercan a su esencia pero no dejan de ser interpretaciones humanas sobre la divinidad y un reflejo de la espiritualidad del hombre o la mujer. El caso es que leer la Biblia me dio fuerzas, ánimos, esperanza. En realidad, lo usé, sin saberlo, como un libro de autoayuda. Nadie desea morir. Y buscaba consuelo.
Y cuento todo esto porque no entiendo que ayudarse a uno mismo con un libro esté tan mal visto por los intelectuales y literatos. En ese mundo poca gente te ayuda, así que un libro que te ayude, bienvenido sea.
Les recomiendo que se autoayuden todo lo posible. Con o sin libros. De clásicos o no clásicos. Pero, por Dios, ayúdense mucho, que nada es fácil y, a veces, los días se hacen largos.