Hoy hablamos de
Una casa de muñecas en una imagen de archivo.
10/02/2025
Escritora
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Cuando tuve que elegir un título para estas contras que, desde hace años, escribo para el diario ARA, cogí el título de mi novela favorita de una de mis autoras favoritas: La ciudad y la casa, de Natalia Ginzburg. Me permití la libertad de utilizarlo girando el orden de los conceptos: La casa y la ciudad. De esta forma el título se ajustaba más a las características de mi articulismo: para escribir –sea ficción o no ficción– me interesa más el ámbito privado (la casa), todo lo que tiene que ver con experiencias vividas, vínculos personales, emociones. Después me interesa el ámbito colectivo (la ciudad), todo lo que tiene que ver con las luchas compartidas, la política, las costumbres sociales.

La casa, pues, es una manía mía desde hace muchos años. Y ahora, gracias a un libro que he leído, dispongo de los argumentos intelectuales para justificarla. Siruela Ensayo ha publicado Filosofía de la casa, el espacio doméstico y la felicidad,del florentino Emanuele Coccia.

Este autor italiano comienza por reconocer que la filosofía, durante siglos, ha olvidado el ámbito doméstico, arrastrada por el interés masculino de brillar en sociedad y tener poder e influencia en la ciudad. Pero, a juicio de Coccia, este olvido ha significado tanto como hacer impensable la felicidad. Porque la casa es, en realidad, nuestro intento de acoger la porción de mundo –cosas, personas, lugares, imágenes, eventos– que hacen posible nuestra felicidad.

Todos los animales tienen este instinto: hacerse un nido, buscar una cueva para refugiarse. Casa significa comodidad, calma, un lugar al que volver. Por eso me gusta esta moda de decir que ese sitio o esa persona "es casa". Una forma muy sencilla de decir muchas cosas, verdadera economía del lenguaje.

Una de las reflexiones que más me han llamado la atención de Filosofía de la casa es ese proceso de transformación que estamos viviendo con las redes sociales. Las casas, que hasta ahora eran el sitio privado/sagrado, ahora son los platós donde los influencers se ofrecen en el mundo. Comparten con todo el mundo su casa y, por tanto, la casa deja de ser sinónimo de privacidad. Coccia explica que las redes sociales son una especie de novela colectiva en la que todos son al mismo tiempo autores, lectores y personajes. La realidad y la ficción ya no se contraponen. Los influencers fabrican la realidad para poder vivirla.

Volviendo al libro de Coccia: otra razón que me ha dado el autor para entender la seducción que ejerce la casa sobre mí es que las casas son casi seres vivos. Una casa –dice Coccia– nunca está terminada, nunca dejamos de construirla. Se podría decir que lo vamos domesticando (como hace el Principito con el zorro: "Si me domesticas nos necesitaremos el uno al otro, para mí serás único en el mundo"). La casa en la que vivimos es única en el mundo.

Todo el mundo que vive en una casa deja una huella, por eso una casa siempre nos permite descifrar el sueño de felicidad de quienes la construyeron o eligieron para vivir antes que nosotros.

El otro día conté todo esto en el programa El balcón, de Radio Barcelona. Al cabo de unos días, un amigo artista me hizo llegar la obra que había pintado después de oírme. Las casas nos habían conectado. Me pareció muy bonito.

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