

Siempre lo repito: me gustan las historias de familias, dentro de las casas, las películas "de hablar", las novelas en las que "parece que no pasa nada". Adoro Bullet Park, El largo viaje del día hacia la noche, Hanna y sus hermanas, Jardín junto al mar, El discreto encanto de la burguesía...
Empecé a ver Casa en llamas y el inicio con Vilarasau caminando por la calle y volviéndose, dos veces, ya me clavó en la butaca. Esa cara de ella, que se gira, en un segundo, y se nos muestra agobiada, suspicaz, conspicua, triste y cruel, es una de las imágenes del cine que me guardo. Podría hacer una película de recortes de cine y éste sería uno de ellos. Vilarasau caminando y girándose estas dos veces: el resumen de la película. Qué inmensidad actoral.
Explico siempre a los clubs de lectura, y en estos artículos, que hay un lector, un espectador no habitual (ocasional) que pide (sobre todo en las historias protagonizadas por mujeres) la "cuota de redención". Quieren la idea, aspiracional, de Gambito de dama: mujer en un mundo de hombres, con un talento especial, pasado convulso, fragilidad en algún aspecto, y que –básico– acabará saliendo adelante. No quieren finales feos.
A Música para corazones incendiados, de la gran AM Homes, un matrimonio, que ya se odia, quema, expresamente, la preciosa casa del barrio residencial donde vive. Casa en llamas comparte esta metáfora con la novela. Y con esto quiero decir que la autora no tuvo que hacerse perdonar por sospechas de burguesía estadounidense. La diferencia entre costumbrismo y realismo es la mirada del autor. ¿Desde qué lugar lo mira? No es "más progresista" un argumento sobre un protagonista pobre que un argumento sobre un rico protagonista. Pero quizás los espectadores y lectores no habituales de hoy en día piden, sobre todo, aspiración e identificación.