En clase, toca hablar de la revolución y de Karl Marx. Algunos conceptos básicos: ideología, enajenación y mercancía (primer capítulo, primer volumen deEl Capital). ¿Qué diferencia existe entre valor de uso y valor de intercambio? ¿Qué es una sociedad de clases? ¿Y la revolución del proletariado? Baden con el móvil. Pido qué palabra asocian a revolución y dicen innovación, transformación, cambio. Muy bien. Aquí nadie habla de ruptura ni de actos subversivos. ¡Aux armas, citoyens! Por favor. Seamos sensatos. Ya sabemos cómo terminan las revoluciones. Pregunto: ¿qué diferencia existe entre el disidente y el revolucionario? Ninguno: ambos quieren cambiar la sociedad. ¿Acaso el disidente es más tranquilo que el revolucionario? Es más políticamente correcto. Cojo un atajo: hablamos de situaciones de injusticia vividas. En general, pueden identificarlas con precisión, tanto en primera persona como en escenas que han visto. Situaciones que indignan. El árbitro picó falta y no le era. El examen era demasiado difícil y el profesor contaba fatal. Vi que un compañero sufría bullying. ¿Qué hizo ante la injusticia? Respuesta bastante general: no hay nada que hacer. Es lo que hay.
Cojo empuje: pregunto si saben quién es Lluís Llach. Una minoría dice que sí. Una chica dice que es un político. A continuación, hablo del franquismo. Algunos bostezan. Cuento que Llach, por sus ideas y perseguido por el régimen, tuvo que marcharse al exilio en París. Entonces compuso una canción. Estamos en el año 1972. Para sortear la censura –¿alguien sabe qué es la censura? Empiezan a abrir los ojos– se inventó una canción alegórica. ¿Qué es una alegoría? Una chica responde que es una forma de decir las cosas sin decirlas directamente. Avanzamos a palmos. Esta canción trata la historia de una gallina que se planta frente a la explotación a la que la somete el propietario de la granja. Decide decir que no y dejar de poner huevos: "A hacer puñetas ese sueldo que hace tantos años que me esclaviza."
La gallina estorba el funcionamiento del orden establecido, obstaculiza la maquinaria. Dice no a la imposición arbitraria y autoritaria. Pongo la letra de la canción. Les enseño el estribillo: “La gallina ha dicho que nooo, viva la revoluciónooo”, venga, ¡todo el mundo conmigo! Poco a poco, con cara de "¿la profesora se ha fumado algo esta mañana?" van subiendo el tono de voz y levantan el brazo con energía, todos somos la gallina. Se ríen.
Conclusión: ¿se puede decir que no? ¡Claro! Más aún: se puede hacer la revolución. Un momento, pero ¿cuál? Salgo de clase recordando cuando teníamos veinte años. En una sociedad sin libertades civiles localizábamos claramente el no. Cómo identificarlo en el mundo de hoy, con tantas vías de escape y gadgets ¿para evitar pensar en los problemas reales? La gran dificultad presente es ser realista. Por decir no, es necesario saber identificar las verdaderas cuestiones a combatir. Estos jóvenes conocen la palabra. Basta con ayudarla a salir hacia fuera, localizando la injusticia en la circunstancia precisa que la expresa.