Graduados STEM: ¿un cuello de botella?

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Hoy escribo dos artículos en uno. El primero es conciso: “En este día y hora no hay nada más importante en Europa que contener a Putin y ayudar a Ucrania”. El segundo, de rutina, se dirige a un aspecto de relevancia para la economía catalana.

En el futuro de Catalunya podríamos imaginarnos una economía que combina tres modelos. El primero: una economía balneario que atrae a jubilados y visitantes de todo el mundo y donde la salud está mejor atendida que la educación. El segundo: una economía industrial con un grueso notable de empresas exportadoras y donde la formación profesional es un factor clave de competitividad. El tercero: una economía de servicios avanzados, intensiva en graduados universitarios de todo tipo y, en particular, de graduados STEM (science, technology, engineering and mathematics ).

El peso relativo de los tres modelos dependerá, en buena parte, de lo que hacemos ahora. Como, simplificando, al fin y al cabo lo que cuenta es que la economía genere buenos sueldos, es importante que haya un peso significativo de los servicios avanzados. No sé si la Seat va hacia una fábrica donde una multitud de robots montan baterías y motores que vienen de fuera de Catalunya, o hacia una empresa que, de manera análoga a la que ha evolucionado la Hewlett Packard de Sant Cugat, diseña automóviles y contrata a muchos ingenieros. El segundo escenario es mejor.

Una forma de propiciar los servicios avanzados es asegurar una fuerte presencia de graduados STEM en el mercado de trabajo. De hecho, el ecosistema de innovación catalán está constantemente reclamando más. Hay dos vías, en absoluto mutuamente excluyentes, para encarar este reto.

1. Importar talento. Aquí el factor “país atractivo para vivir” nos ayuda. Ahora el talento importado ya es un componente decisivo y, por lo tanto, muy bienvenido, del ecosistema. Desde un cálculo muy catalanocéntrico tiene, además, la ventaja de que nos llega formado. Ahorramos.

2. Formar talento. Es decir, disponer de un sistema de formación capaz de generar un contingente de graduados STEM suficiente para alcanzar la demanda. Tenemos, sin embargo, un problema: la formación pública está subvencionada y esto hace que solo podamos cubrir una demanda creciente incurriendo en un coste fiscal creciente. La situación es común en todo Europa, pero es más grave para jurisdicciones fiscales estresadas. Sería todavía peor si, como haría falta, ambicionáramos disponer de un sector de formación en STEM que fuera referente europeo. Tenemos, con creces, el capital intelectual para serlo, pero chocamos con la dificultad de que, si tiene calidad, y a esto no podemos renunciar, entonces el sector atraerá a muchos alumnos externos que, con una probabilidad alta, no permanecerán en Catalunya. Esto sería deseable desde la perspectiva de la educación superior como un sector económico que exporta, pero también insostenible. El contribuyente catalán sufragaría el coste, pero no recibiría el beneficio y, además, el coste fiscal aumentaría con el número de alumnos, y este número, con la calidad. Le pasó a Valonia a principios de siglo cuando sus facultades de medicina se llenaron de alumnos franceses. Valonia se vio abocada a limitarlos al 30% de las plazas disponibles y solo pudo escapar a una prohibición europea porque los tribunales dictaminaron que, por razones de salud pública, Valonia necesita médicos. Una Europa que fomenta a la vez la movilidad de alumnos y la calidad tarde o temprano tendrá que afrontar este dilema a todos los efectos.

El problema, claro, no existiría si las matrículas cubrieran el coste. Esta solución con carácter universal no sería justa. Lo sería la tarifación social: el nivel de las matrículas se modula por el nivel de la renta familiar. En Catalunya se intentó, pero no fue políticamente viable. Hay una objeción en la tarifación social que tiene un cierto peso: es un planteamiento paternalista. Los alumnos son adultos jóvenes y típicamente sin medios propios. A finales del siglo pasado, Australia fue pionera en instaurar un sistema que mira al futuro y no al pasado familiar del alumno. Cuando un alumno STEM se gradúa accederá a un puesto de trabajo con un sueldo digno. Esto hace que un sistema de préstamos sea económicamente viable: las matrículas cubren el coste y el alumno recibe un préstamo que devuelve, entrado en el mundo laboral, con una flexibilidad temporal que depende de sus ingresos. Todo el mundo gana. Estoy convencido de que la lógica económica va por aquí y que Europa acabará yendo hacia allí. Confieso que hace treinta años que pienso esto y, excepto en Reino Unido, no ha habido movimiento. Seamos conscientes, sin embargo, que en nuestro caso el coste de no hacerlo es un cuello de botella en graduados STEM que puede ser grave.

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