Es difícil no recordar el pasado, sobre todo cuando es tan cercano. Y aunque nunca hay una sola fecha, en el campo de la educación superior sí hay un ocho de marzo particular, el del 1910, que fue la primera vez que las mujeres se pudieron matricular oficialmente a la universidad. Fueron 21 en todo el estado español.
Si pudiéramos resumir los principales obstáculos con los que se encontraba la mujer a la hora de acceder a los estudios superiores, diríamos que durante el siglo XIX fueron más de tipo legal, mientras que los del siglo XX fueron de tipo social.
Y así, a pesar de que las mujeres también bebieron de las fuentes ilustradas que afirmaban la igualdad de todos los seres humanos, el liberalismo solo consideró a los hombres como sujetos abstractos y universales con derecho a vida pública, al contrario que las mujeres, a quienes consideraba que les correspondían el buen gobierno de la casa y la familia. De este modo se perpetuó la idea de que existían dos esferas sociales separadas y estancas: la pública, para los hombres; la privada, para las mujeres.
A todo esto habría que sumar que religión y ciencia, que tanto se oponían en otros campos, fueron coincidentes en cuanto a la concepción de la mujer. De este modo, los sermones y consejos de la Iglesia se basaban en elogios a la maternidad y con esto la renuncia de las mujeres a las propias aspiraciones, a la vez que se destacaba la gran importancia del servicio del cuidado. La ciencia tampoco se quedó corta, y los estudios del positivismo científico establecían un dimorfismo anatómico y funcional que justificaba la diferencia de roles sociales y culturales de género.
La desigualdad entre hombres y mujeres era tan manifiesta en los derechos civiles, sociales y políticos que en 1890 Emilia Pardo Bazán escribió desde las páginas de La España Moderna: “La distancia social entre los dos sexos es hoy mayor que en la España antigua, porque el hombre ha ganado derechos que la mujer no comparte. Cada nueva conquista del hombre en el terreno de las libertades políticas ahonda el abismo moral que lo separa de la mujer".
No es casualidad que en toda Europa las primeras universitarias accedieran a los estudios de medicina. De alguna manera parecía que se seguía una cierta tradición y la educación médica empezó a verse como una cosa próxima a la condición de mujer y sus funciones de cura. En sentido contrario, llama la atención que el acceso a otras carreras, como la de derecho, presentaran una fuerte resistencia, por el poder que entonces comportaba entrar.
Ha pasado un siglo de esta situación. Hoy las mujeres ya representan la mayoría del alumnado universitario con un 57%. No me pararé en cifras ampliamente conocidas. Solo querría apuntar que, grosso modo, mientras que en las carreras de ciencias de la salud 7 de cada 10 alumnos matriculados son mujeres, en el campo de las llamadas carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) es justo al revés, puesto que son 3 de cada 10.
Y esto es el que hoy, decididamente, tendríamos que cambiar, pero en un doble sentido que pocas veces se reconoce. Por un lado, generando confianza y seguridad en las niñas: desde la escuela tienen que creer en sus posibilidades y aptitudes también en el campo tecnológico y de transformación digital. Probablemente, en un futuro no muy lejano la mayoría de los trabajos más reconocidos estarán en estas disciplinas. Pero el cuidado de las personas con toda seguridad seguirá siendo también muy importante, tal como hemos visto en la pandemia con una enorme claridad. Ahora bien, los cuidados no pueden ni tienen que seguir estando mayoritariamente en manos de las mujeres.
Así pues, para que se produzca este cambio, también será necesario que los hombres se matriculen en enfermería, medicina, trabajo y educación social, magisterio, etc., en la misma proporción que las mujeres. Solo así estas carreras tendrán no solo el reconocimiento de las personas sino también el prestigio económico y social necesario. Conseguir una adecuada proporcionalidad en los estudios, y abandonar en consecuencia los tópicos de carreras "típicamente femeninas o masculinas", nos permitirá lograr este equilibrio tan deseado.
Tengo confianza y optimismo en que esto pase, y quizás por eso me gusta recordar la historia y ver el largo camino recorrido. Por eso, también, cada año en esta fecha dedico este artículo a mi nieta Carlota, nacida el 8 de marzo del 2010 en plena nevada en Barcelona, y a quien siempre denomino "la bombilla" por las ideas que se le ocurren. Ella, sus hermanas, primas y primos y todas las niñas y niños que han vivido una experiencia como la pandemia seguro que construirán un mundo mejor.
Esther Giménez-Salinas - Càtedra de Justícia Social i Restaurativa Pere Tarrés - URL