1. Desconcierto. Emmanuel Macron tampoco lo logra. Hace tiempo que se lo ve neguitoso. Buscando el equilibrio entre un talante liberal ilustrado, un vínculo de origen con los poderes económicos y una cierta osadía intelectual, apoyado sobre una dosis indisimulable de autoestima, soñó desde su irrupción en crear un gran espacio de centralidad en la política francesa. Y de hecho los primeros indicios -fruto del desgaste de los clásicos de la Quinta República- parecían darle la razón. Un sector importante del mundo socialista se dejó llevar por su seducción y la derecha, tanto la exgaullista como la exgiscardiana, entró en confusión, esparciéndose en varias direcciones.
Nadie en la Quinta República había llegado a la presidencia sin realizar una larga peregrinación por la estructura política. Un fugaz paso por el gobierno Hollande fue todo el aprendizaje de Macron. Al primer intento: el Elysée. Su estreno, más mitterandiano que gaullista, desafiando a los mejores actores con una impecable caminata de cuatro minutos, con la cámara delante, por los pasillos del Louvre, parecía devolver la Quinta República a la sacralización impulsada por su fundador. Pero los tiempos cambian, y la solemnidad y la grandeza que en un período histórico pueden dar seguridad y sumisión, en otras situaciones pueden dar la sensación de alejamiento de la realidad. Llegaba con la pretensión de cambiar Francia, de sacarla del anquilosamiento de la Quinta República, y ha quedado atrapado. La limitación del mandato presidencial lo ha acabado de descolocar. En la próxima elección ya no estará. La ciudadanía ya pasa página.
Venía a renovar Francia y se encuentra con que la extrema derecha es la principal beneficiaria de estos años. Él, que ha tenido la dignidad de no acercarse a ellos, de no entregarse a ellos como hacen la mayoría de las derechas europeas, la española entre ellas, se ve ahora descolocado. Y la izquierda, cada vez más desdibujada, no capitaliza. Las últimas encuestas por las elecciones al Parlamento Europeo dan a Marine Le Pen y los demás grupos de su órbita el 37 por ciento de los votos, claramente por delante.
2. Advertencias. ¿Por qué me he alargado con esa crónica macroniana? Porque es extraordinariamente indiciaria del desplazamiento de Europa hacia el autoritarismo postdemocrático. Cada vez más desvergonzadamente, como vemos en el Parlamento Europeo, con Manfred Weber liderando a la derecha. O en España con un PP entregado a Vox, que ya no tiene otro discurso político que la descalificación del adversario. ¿Han oído en los últimos meses una sola palabra de la boca de Feijóo que no sea contra el traidor Sánchez?
Lo sintomático es que ni una persona con vínculos manifiestos con los poderes económicos, como es el caso de Macron, haya podido evitar esta deriva, que tiene razones profundamente estructurales. ¿Quién manda? Esta es la cuestión. Y la conclusión es que la política manda cada vez menos. De hecho, lo que se le exige es realizar el trabajo sucio. Y es ese trabajo el que la extrema derecha disimula más que los demás: la esconde tras la dramatización. La capitaliza haciendo creer a la ciudadanía que sus miserias e inseguridades son culpa de la impotencia de las derechas y las izquierdas tradicionales. Es decir, hacen de parapeto de una fase salvaje de mutación del capitalismo. Y ahí Macron se ha perdido, como se pierden la mayoría de dirigentes europeos, mientras los oportunistas juegan sin escrúpulo la carta de la extrema derecha. En nombre de la patria todo está permitido: sobre todo engañar al personal.
Y así capitalizar el malestar, con el recurso a los valores eternos de la tierra y el odio al otro, empezando por los que vienen de fuera, que siempre es un recurso fácil. Si al final del mandato de Macron Le Pen llega al poder, el proceso se habrá completado. Y no será porque no haya habido advertencias. ¿Estamos a tiempo de romper esta espiral? ¿Existe margen para hacerlo? ¿O se pretende asumir resignadamente que la democracia liberal se desdibuja, confirmando así que fue fruto de una coincidencia singular entre el capitalismo industrial, el estado nación y un sistema comunicacional hecho de prensa, radio y televisión?
Si estos gobiernos hubieran priorizado el bienestar de las clases populares, quizás no estaríamos así. Si, como dice Timothy Garton Ash, “estamos en los años de formación de un nuevo período con un nombre y características que todavía no conocemos”, no pinta muy bien. ¿Cuál de las dos Europas se impondrá? Si EEUU tiene que servirnos de pista, mal vamos.