Es necesario que Catalunya se reconstruya

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Hace falta que Cataluña se reconstruya

En 1970 el País Vasco estaba en una crisis profunda. La industria básica, generadora del 40% del PIB, había quedado obsoleta.

Los altos hornos eran una tecnología del siglo XIX: se mezclaba pirita y coque, y se les hacía bajar por una chimenea vertical donde la combustión del coque fundía la pirita y, sin control del proceso, en la parte baja se separaba el metal fuera de la escoria. Era un método con poca calidad y ninguna repetibilidad, que producía un acero de mala calidad.

Los astilleros utilizaban métodos y procesos provenientes de la construcción de los barcos de madera. Se ponía en el agua el buque vacío del barco con un grado de adelanto del 30%. Se acababa la obra montando maquinaria, habilitación y sistemas en el interior de una estructura, con mamparas y cubiertas que lo dificultaban. Las tolerancias de construcción se medían por centímetros. El resultado era de escasa calidad y el método de construcción era poco eficaz, artesanal y único, más que industrial y repetitivo.

El Gobierno vasco formuló, con el concurso del Gobierno central, un plan industrial basado en tres ejes: la capacidad de las empresas locales para modernizarse, para cambiar de actividad o para mejorar la que hacían. Había un know-how industrial sólido, a pesar de que anticuado. Primer eje: un plan priorizado que definía las reformas que había que llevar a cabo. Los sectores prioritarios, los que se creaban de nuevo, los que mejoraban y se modernizaban, y los sectores que se abandonaban definitivamente. Segundo eje: una política que para un gobierno siempre es compleja. Abandonar actividades industriales por ineficientes es motivo de protesta de los afectados, que piden ayudas para mantenerlas.

Se buscó un gurú económico, Michael Porter, autor de La ventaja competitiva de las naciones, que, una vez analizada la industria vasca, recomendó crear tres sectores nuevos –aeronáutica, eólica, turbinas de gas–, abandonar tres sectores obsoletos –astilleros, altos hornos, acerías– y modernizar cuatro sectores maduros –máquina herramienta, automóvil, papel e industria eléctrica.

Tercer eje: los fondos públicos necesarios para llevarlo a cabo, aportados mayoritariamente por el Gobierno central. Las inversiones fueron en todos los casos público-privadas. Los empresarios arriesgaban. El Gobierno vasco facilitó las infraestructuras y la formación para el personal que estas nuevas industrias pedían. Se creó una escuela de ingeniería aeronáutica en Bilbao y centros de formación profesional. Se promovieron parques tecnológicos en los tres territorios para la ubicación de las nuevas fábricas, se crearon centros tecnológicos de ayuda, asesoramiento y ensayo.

La parte más compleja fue conseguir la tecnología de la que no se disponía. El método clásico: adquirir acceso a la tecnología de base, background information, a cambio de mercado, realizando proyectos compartidos y desarrollando nueva tecnología conjuntamente, foreground information, de propiedad compartida entre el nuevo industrial y el tecnólogo. Elegir al tecnólogo adecuado era clave. Para los motores de avión fue Rolls-Royce; para la industria eólica, Vestas, y para los aviones, Embraer. Los intereses de los tecnólogos y los industriales locales eran complementarios.

El plan, llevado a cabo en un periodo de 30 años, fue un éxito. Ha producido grandes empresas: Gamesa, ITP, Aernnova, Mercedes Benz, etc., que hoy traccionan el conjunto de la industria vasca.

Estos son los principios que permitirían desarrollar un plan industrial para Catalunya, también basado en tres ejes. Primero, la importante capacidad tecnológica industrial existente en chips de microelectrónica HPC, computación de software y hardware, inteligencia artificial, tecnologías cuánticas, nuevos materiales, comunicaciones, farma (somos líderes en vacunas), medicina personalizada y apoyada en la genética, etc. Los agentes existen y tienen capacidad probada (start-ups, BSC, ICFO, Cellnex, GTD, Hipra, Puig, Agrolimen...). Este plan tiene que incluir sectores punteros como la alimentación, la moda (Mango, Desigual), el audiovisual –donde hay mucho talento y capacidad, pero especialmente disperso (TV3, Catalunya Ràdio y RAC1 son bases sólidas para este desarrollo)–. A diferencia del plan industrial vasco, el catalán parte de bases potentes sobre las cuales hay que poner dinero para hacer excelente aquello que ya es bueno.

Segundo eje: un plan de priorización, que hoy ya está en marcha, focalizado en ciertos sectores y que se tiene que pactar y formalizar entre la Generalitat y el Gobierno central sobre la realidad de los programas Next Generation de la UE, dotados –tercer eje– con 60.000 M€ de subvenciones de 2022 a 2024.

Allí y aquí, en el País Vasco y en Catalunya, los tres ejes del plan son la capacidad industrial, la planificación y el capital necesario.

La característica ineludible de este plan es que tiene que ser único y explícito, pactado entre las administraciones públicas y la sociedad civil, y comprometido a largo plazo.

De estos proyectos, algunos ya están en marcha, como el chip de microelectrónica HPC, y otros todavía son incipientes, como la alimentación humana a partir de la proteína vegetal.

Los últimos años hemos sido abducidos por la importancia de la política y de la represión como consecuencia del Procés. Tiene lógica, pero tenemos que procurar reconstruirnos por nosotros mismos a partir del talento y de la capacidad industrial, tecnológica y científica de la que disponemos. Crear riqueza con nuestro entorno utilizando la ciencia y la tecnología. Como ha recordado recientemente Anne-Marie Slaughter en estas páginas, el efecto natural del comercio es disponernos para la paz. Tenemos que tener la voluntad de colaborar para progresar. La historia demuestra que es posible. Cuando una idea es buena hay que seguirla con las especificidades de cada caso y cada circunstancia. No hay sustituto para la inteligencia, ni mejor receta para crear riqueza que la empatía a pesar de los agravios.

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