“Al hombre le gusta crear y abrirse caminos, esto es indiscutible. ¿Pero por qué la destrucción y el caos también le gustan con pasión?”
Apuntes del subsuelo , Fiódor Dostoyevski
La nieve húmeda de la literatura eslava es otra vez el paisaje de la guerra. El escenario infinito del sufrimiento, de la agonía vital, de la victoria de los cadáveres y de la muerte sobre la esperanza de los vivos. Nuevamente, para tantos jóvenes, es el escenario de una guerra incomprensible de la que nos tendríamos que avergonzar colectivamente.
Una vez más nos tendremos que refugiar en la cultura, la literatura y la música rusas. Leer a sus antihéroes, hombres que luchan entre la bondad y la vileza humanas. Los individuos irrelevantes superados por las circunstancias y los hombres humillados. De Dostoyevski a Chaikovski, intentaremos comprender el paisaje moral, la capacidad de sufrimiento agónica rusa y nos preguntaremos si las últimas décadas han pasado en vano.
Con la invasión rusa de Ucrania actualizamos no solo la sangre y la verborrea belicista, sino el éxodo, la agonía de las madres de los soldados y, sobre todo, el escaso valor de la vida humana. También en suelo europeo, el mejor de los mundos donde vivir y que ha despertado de golpe del letargo.
El fin de la historia
Como es evidente la historia no se ha acabado ni Occidente ganó la Guerra Fría. Los males del imperio, del nacionalismo expansivo, habían quedado en el subsuelo, hibernando mientras los rusos se emborrachaban con la sociedad de consumo. Svetlana Aleksiévich en Tiempo de segunda mano: el final del hombre rojo (Rayo Verde, 2015) explica magistralmente cómo los objetos adquirieron el mismo valor que las ideas y las palabras en un país donde, en la práctica, el dinero no había existido y “la lectura de libros sustituía las vidas que no teníamos”.
El derrumbamiento del imperio devoró a Mijaíl Gorbachov y el transformador se convirtió para las nuevas generaciones en el nombre de una marca de vodka.
Al Yeltsin superado por la realidad de la transición lo sustituyó Vladímir Putin en 2000 con un discurso reformador, que recortaba impuestos y expandía la propiedad privada, que daba una apariencia de orden y potencialmente de prosperidad a millones de personas que experimentaban que la democracia que había seguido en el fin de la URSS estaba hecha de corrupción, inestabilidad, pobreza y delincuencia. Putin ha consolidado un nuevo tipo de autoritarismo, de inflexibilidad que aplasta la disidencia, calla la diferencia, ahoga la diversidad. En palabras tomadas de Dostoyevski de Los hermanos Karamázov: “Entendió muy bien que para el alma mansa de un ruso sencillo, agotada por el trabajo y el dolor, y, sobre todo, por la injusticia y el pecado constantes, propios o del mundo, no había más necesidad que encontrar un santuario sagrado o un santo para postrarse ante él y adorarlo”.
La invasión de Putin es una locura para Europa, pero es un movimiento consecuente con su actuación política y militar anterior. Con su profunda percepción de un imperio humillado.
El primer paso de Putin en esta crisis fue el control de Crimea en 2014 y la intervención militar de Moscú al este de Ucrania, que han ido acompañadas de una dieta comunicativa permanente sobre la nazificación de los vecinos y la manipulación de Occidente. Paralelamente, ha mantenido la asfixia de la libertad de prensa y de opinión, y de la libertad política.
Así se ha llegado a lo que el ministro de Exteriores ruso denomina el “punto de ebullición”. Para Rusia, el flirteo de Ucrania con la UE y las relaciones preferenciales en términos de venta de armamento, considerado defensivo para unos y ofensivo para otros, se interpreta como tener a la OTAN a las puertas. La pregunta es si Putin habría actuado igual sin los movimientos de la OTAN. Si antes es el huevo o la gallina. El hecho indiscutible es que es Putin quien invade y masacra un a país democrático europeísta e independiente.
Putin no hace prisioneros. No los hizo en Chechenia y no los hace en la Ucrania que está arrasando. ¿Quién lo puede detener? En Moscú no hay una alternativa, no hay una oposición organizada ni capaz de organizarse más allá del poder de algunos de los oligarcas que controlan las grandes empresas provenientes de la privatización de los bienes públicos de la URSS.
No hay alternativa política, salvo que sea un muy improbable golpe de palacio a la rusa hecho por los oligarcas.
Las sanciones pueden ser efectivas, pero alimentarán el sentimiento de humillación ruso y en algún momento se tendrá que poner un puente de plata para dar una salida a la situación. La guerra es un infierno que sobrevive a su propio final y el escenario hoy es dantesco.
¿El fin de la historia? ¿Se había ganado la Guerra Fría? Qué ilusos, las guerras se pueden sobrevivir, pero nunca se ganan.