Esto no es una guerra

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Advierto de que este no es un artículo de análisis geopolítico sobre el actual conflicto palestino-israelí. No soy experto. No puedo entrar a considerar con autoridad ni las causas históricas, ni los actuales desencadenantes, ni las consecuencias a largo plazo de todo ello. Si buscáis esto, no perdáis el tiempo. Pero la magnitud, crudeza y obscenidad del mal al que estamos asistiendo en directo son tan desoladoras que no me siento moralmente cómodo haciendo de simple espectador o, peor aún, mirando hacia otro lado. Así, ¿hay algo que pueda decir, algo que ayude a comprender no las razones políticas del largo conflicto sino los fundamentos emocionales de esta brutalidad?

La respuesta me ha parecido encontrarla en un documental que he visto estos días. Se trata de The gatekeepers, de Dror Moreh (2012). En él se entrevista a seis directores del Shin Bet, la agencia de "inteligencia" israelí que desde la Guerra de los Seis Días se ha encargado de la "seguridad" interior frente al "terrorismo palestino". La misma agencia, por cierto, a la que ahora se le atribuye la incompetencia de no haber previsto la incursión de Hamás. Y sí: sé que las palabras inteligencia, seguridad o terrorismo, ahora mismo, no se aguantan en pie y necesitan llevar unas comillas enormes. Tantas, sin embargo, como necesitan las que califican el conflicto nacional palestino de “lucha de liberación”.

Pues bien, en un momento del documental, el que fuera director del Shin Bet entre el 1996 y el 2000, Ami Ayalon, explica una conversación con un psiquiatra palestino, Iyad Saraj, con el que se habían reunido en Londres en una de las ocasiones en las que se establecía un diálogo secreto entre las dos partes. Ayalon explica que en una de estas conversaciones con Saraj, este le dice: “Finalmente os hemos vencido”. Ayalon se extraña, y le responde: “¿Estás loco? Los vuestros mueren, pierden territorio y no tendrán estado. ¿Qué clase de victoria es ésta?” Y Saraj le responde: “Aún no nos has entendido. Para nosotros, la victoria es veros sufrir”.

Dejo ahora a un lado quién dice qué, cosa que tiene sentido por la situación concreta del momento en que se produce la conversación. Pero me temo que ahora podrían invertirse perfectamente los términos del diálogo, o mejor, visto todo, considerar que el sentimiento ha acabado siendo recíproco. Y, en cualquier caso, a lo que ahora asistimos creo que se ajusta a esa idea como el anillo al dedo. Lo diré de otra forma: esto no es una guerra. Y no lo es porque no parece planteada para que se salde con un vencedor y vencido. Los expertos lo advierten: ni Israel puede ganarla, ni obviamente Hamás derrotará al enemigo. Eso sí: unos habrán hecho sufrir a otros hasta unos extremos de inhumanidad... a los que solo los humanos somos capaces de llegar.

Aunque mi observación solo sea una de las muchas claves posibles para comprender la barbarie de estos días –es decir, que esto no es una guerra en el sentido en el que lo decimos, por ejemplo, de la de Ucrania con Rusia–, creo que ayuda a entender algo mejor su lógica. La acción de Hamás sobre territorio de Israel no la ha guiado ninguna otra estrategia victoriosa que no sea la de hacer el daño más doloroso posible, aunque sea a costa de los suyos: asesinar a población civil y humillar a un ejército arrogante. Al igual que la respuesta del gobierno de Israel, una amenaza que si se cumple no conseguirá acabar con el conflicto sino encenderlo aún más y producir un sufrimiento proporcional a la fuerza de su ejército. Si la brutalidad no muestra ningún límite es porque, ahora mismo, es donde buscan la victoria los caudillos de ambas partes, a expensas de una población civil que hace de víctima.

Pienso, en contra de alguna de las reflexiones leídas estos días, que a esta confrontación no se le puede aplicar la tesis de la “banalidad del mal” de Hannah Arendt. Lo que explica la desmesura es, precisamente, la conciencia del mal que se hace, la potencialidad de un mal que se lleva hasta donde puede herir más profundamente al adversario. Por eso, en este caso, pedir que unos y otros se sometan al derecho internacional humanitario es ignorar los objetivos y el sentido profundo de tanta crueldad: no harán caso.

¿Y qué puede detener una espiral de violencia cuya motivación es endurecerla? ¿Se puede tratar como una guerra lo que no lo es? ¿Sirve de algo toda la reacción internacional, la de los estados y la de las organizaciones partisanas, los apoyos y las condenas, si lo que quieren los contendientes es que no pare la escalada de maldad? Seré descarnadamente realista: me temo que solo pararán cuando estén exhaustos de tanta destrucción y tanto dolor.

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