Hoy hablamos de
La aviadora Amelia Earhart habría fallecido como náufraga en una isla desierta
13/01/2025
Escritora
2 min
Regala este articulo

La novela que me ha proporcionado calma y entretenimiento en los días de agobio navideño ha sido La cartera, de Francesca Giannone. La autora, nacida en la región de Apulia, en el sur de Italia, ha recuperado y reelaborado con un cierto tono de culebrón, la vida de su bisabuela Anna.

Anna era una italiana del norte que fue a parar por amor a un pequeño pueblo de la Apulia a principios de los años treinta, cuando las diferencias entre el norte y el sur de la península italiana eran aún más acentuadas que hoy mismo. La forastera –como la conocen en Lizzanello– choca con el machismo y el conservadurismo de los autóctonos y procura rebelarse tratando de no provocar un estruendo en su casa.

Así, el marido de Anna acepta rumiando que su mujer opte a la plaza de cartera del pueblo y, más adelante, que cometa el acto revolucionario de ponerse pantalones. En la novela, la cartera de Lizzanello encarga esta prenda inspirada por la actriz Katharine Hepburn, que fue una de las pioneras de esta moda en Hollywood.

El pueblo recibe la estrambótica idea de la cartera con habladurías y desconfianza y Giovanna, la amiga de Anna, que la sigue en la iniciativa del pantalón, acaba pagando un precio muy caro.

Los pantalones, esta prenda de vestir que ahora nos es imprescindible, fueron un elemento revolucionario no hace tanto tiempo. Mis abuelas nunca se pusieron un pantalón.

Por curiosidad, miro cuándo y dónde se popularizó el uso de esta prenda y topo con una información sorprendente: el primer pueblo de España donde las mujeres se pusieron pantalones fue Tomelloso, en la Mancha, que no es precisamente un rincón conocido por su vanguardismo. ¿Por qué? Pues porque las mujeres de Tomelloso, a finales del siglo XIX, obtuvieron un permiso extraordinario para utilizar esta prenda para trabajar.

Las mujeres contribuían a la construcción de bodegas subterráneas en las capas más superficiales. Los hombres eran los encargados de excavar a las más hondas. Es decir: si los trabajadores miraban hacia arriba, podían ver la ropa interior de las mujeres. Un permiso extraordinario para la indumentaria de las mujeres fue la solución a este gravísimo problema.

Este hecho extraordinario fue traída de la publicación Blanco y negro en 1896, con dos mujeres vestidas con pantalones y un texto que decía: "Ofrece dicho pueblo la particularidad de ser acaso el único en España donde usan pantalones las mujeres, demostrando cómo esta prenda varonil que como los hombres trabajan y que con ellos alternan en las duras faenas del campo". El artículo omitía el pequeño detalle de que, esta costumbre no se había tomado para la comodidad de las trabajadoras, sino para "proteger su intimidad".

El artículo aclaraba que "El hecho de quitar pantalón no exime a las mujeres llevar falda o refajo, que se presenta a modo de mandilete dejando caer todo el vuelo colgando en su parte trasera para facilitar el trabajo".

En los años treinta, Amelia Earhart –desparecida cuando intentaba el primer viaje aéreo alrededor del mundo– creó una línea propia de moda con piezas prácticas para su manera de vivir.

Otras pioneras en esta cuestión fueron la pintora Rose Bonheur, las escritoras George Sand y Agatha Christie o la cirujana americana Mary Walker, que va ser detenida varias veces por vestir pantalones en público.

stats