Poner la atención sobre el incremento de suicidios

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Cuando estaba en mi primer año de universidad, una compañera de estudios se suicidó. Recuerdo que la noticia corrió como la pólvora en la facultad. Recuerdo que hablar de aquello era casi chismorrear. Recuerdo sentir sorpresa, casi tanta como pena. Fue tanto el impacto de la noticia que durante semanas el asunto llegó a ser objeto de teorías diversas, algunas de las cuales apuntaban a la posibilidad de que alguien hubiera intervenido. Nos resultaba más creíble que a nuestra compañera la hubieran asesinado que no que ella hubiera decidido poner fin a su vida. Y recuerdo haber pensado que era una excepción, una cosa que “no pasaba”.

Hace unos días corrió por redes, también como la pólvora, un gráfico que muestra que el suicidio se ha llevado más vidas que el coronavirus en personas de menos de cincuenta años. La cifra de suicidios, además, ha logrado su récord histórico desde que se registra esta causa de muertw. Aunque los suicidios son multicausales, lo que está claro es que la pandemia ha hecho aumentar también los trastornos mentales y de conducta. La tendencia, además, llama la atención especialmente en personas jóvenes.

Según la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, hablamos de la principal causa de muerte no natural en España, con 2,7 veces más muertes que las provocadas por accidentes de tráfico, 13,6 veces más que los homicidios y casi 90 veces más que la violencia de género.

Algunas comunidades autónomas han desarrollado y puesto en marcha un protocolo de prevención del suicidio y conductas autolesivas, para primaria y secundaria. Pero todavía no es la política generalizada.

Ahora bien, lo que queda clar es que la salud mental no ha sido una prioridad en las políticas de salud de los últimos años. Y que los suicidios y las autolesiones todavía son un tema tabú. El problema es que aquello que no se denomina no existe, y si no existe, obviamente no necesita ser atendido.

Durante el primer confinamiento por covid-19, muchas personas apuntaron que se estaba planteando la salud solo desde el punto de vista físico, es decir, ante una emergencia, nadie se paró a definir políticas que no fueran solo desinfección de manos y protocolos con mascarilla. Y sin atribuir todas las culpas a la pandemia, puesto que sería una mirada simplista a un proceso complejo, no podemos negar la evidencia: muere más gente de menos de cincuenta años por suicidio que por covid. Mucha más. Pero esto apenas aparece en las noticias... supongo que en estos casos la muerte ajena nos es indiferente porque no es contagiosa. Si lo que se está intentando hacer por todas las vías es salvaguardar vidas... ¿por qué se ignoran estos casos y no se actúa en consecuencia? Si el virus ha activado hasta decretos de estado de emergencia, no tiene sentido que la tasa de suicidios no active también unos protocolos.

Pero vamos atrás en el tiempo, incluso antes de la pandemia: en España acceder a terapia psicológica por la vía de la sanidad pública es un periplo muy complicado. No solo hay pocos profesionales (la espera media es de unos tres meses), sino que primero se recetan fármacos y después con suerte viene la terapia. Así, en un panorama en el que lo que se ha priorizado es el miedo, a nadie le ha parecido necesario atender al cuerpo emocional que precisamente tiene que gestionar este miedo.

Pongo solo algunos ejemplos que tendrían que ser obvios. Durante los últimos dos años, todo lo que pasa tiende a fortalecer la sensación de peligro y miedo (a los otros, al contagio, a la muerte), vivimos con una ansiedad generalizada, estamos más expuestas a la incertidumbre, al estrés. Nos hemos visto obligadas a variar nuestra manera de vivir y de relacionarnos. El concepto de burbuja ha limitado las interacciones sociales y ha satanizadoa los que no las limitan. El ocio, el deporte, la cultura... todos estos alimentos no físicos han sido afectados.

Hemos sido obligadas a adoptar la lógica capitalista que dicta que solo tenemos permitido hacer aquello que produce dinero. A cambio, al sistema le da igual nuestra salud mental.

De nuevo, la lógica capitalista se mezcla con el miedo: los que pueden atender su salud mental, y todavía más en este panorama pandémico, son las personas que pueden pagar la atención psicológica; quienes buscan ayuda psicológica han tenido que trascender el miedo de ser tachadas de desequilibradas mentales. Pero si la sociedad no dice “Miro tu sufrimiento como un tema de salud pública”, es mucho más difícil asumirlo como tal. Hasta entonces la salud mental continuará siendo, como el suicidio, una cuestión que parece necesario esconder.

A ver si hacemos algo con esta otra pandemia.

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