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Mural del artista Roc Blackblock, en homenaje a Puig Antich, realizado esta semana en el barrio de Vallcarca.

"Los sueños, buenos y malos, suelen abolir el tiempo"
August Gil Matamala

Hoy, mientras lean estas líneas en edición impresa, se habrán cumplido apenas 50 años de la ejecución bruta y brutal, por el método feudal y salvaje del garrote vil, del militante libertario Salvador Puig Antich. También era el sábado. Del 2 de marzo de 1974. Aquella mañana, pasadas las nueve y en la paquetería de la cárcel Modelo, se perpetró un crimen de estado y el último asesinato con garrote de la oscura criminal del franquismo. Han pasado dos mil seiscientos sábados desde entonces. Y fue, lo he oído y lo he aprendido durante años –más en casa que en la escuela, más en la calle que en la universidad–, uno de esos días en que se detuvo el tiempo y se detuvo todo y en qué tantas personas recuerdan todavía dónde estaban y qué hacían en ese preciso instante. Uno no había ni nacido. Era sólo un embrión en el vientre de la madre. Le he escrito: "Mamá, ¿dónde estabas?" Respondió enseguida: "Todo lo que puedo decirte es que vivíamos en la calle Cerdeña, estaba embarazada de dos meses, era marzo y entonces la vida y la muerte eran aceptadas casi sin más; y que con el paso del tiempo las preguntas más sencillas no tienen respuesta todavía: la violencia en todos los sentidos se me hace incomprensible y la muerte de Salvador, inexplicable; es lo que sentía entonces y lo que sigo sintiendo hoy". Enmudo. Hoy, muchas y muchos seguro que rememorarán dónde paraban aquella mañana, "aquello sábado de invierno, gris, húmedo y de extraña luz" –en palabras de Ramon Barnils– en la que Salvador, según Vázquez Montalban, "pagaba el precio de las libertades futuras".

De un tiempo de un país, he revisitado el testimonio de la huida en Estados Unidos de la Núncia Escala, mano izquierda del abogado laboralista Gil Matamala en los tiempos más oscuros de la dictadura. Dos muescas en poco tiempo: "Aquellos años fueron tan intensos y aleccionadores como, finalmente, frustrantes y dolorosos, pero hay un momento en que no puedo más, justo después de que volara Carrero: ya estaba pensando en la fuga, no sabía por dónde echar". En medio de la escapada le llamaron y le dijeron: "Acaban de ejecutar a Puig Antich". Y se hizo el silencio: "Fue un batacazo demasiado fuerte, y volver aún fue más, de batacazo: me encontré un país triste, gris, jodido, la gente con la cabeza gacha, me impresionó muchísimo; es cuando decidí marcharme definitivamente". Pero a los pocos meses el teléfono volvería a sonar torpemente: "Han muerto Oriol [Solé Sugranyes] cuando huía de la cárcel de Segovia". De los salvados y hundidos, Núncia lo resume así: "Aquellos años nos mataban a todos, de una forma u otra, nos mataban lentamente, pero no con injusticias tan trágicas como las de Salvador y Oriol; tuve que tener hacer acompañamiento psicológico, porque Oriol era un punto de referencia vital, con él siempre hablábamos de huir; fue entonces que mi compañero me regaló un arbolito de jade, de aquellos que nunca mueren".

50 años son a la vez mucho y poco y demasiado y nada. Es anteayer en términos históricos, y para muchos ya es mucho más que media vida, demasiados zarpazos y una densa impunidad acumulada. Un amigo italiano me escribe: "En Italia sería un héroe de la Resistenza, aquí una víctima entre tantas de un régimen sin culpables y para siempre impune". Lo digo porque hoy hace 50 años de ese crimen ya la vez hace 40 de otro hecho que explica por qué ha costado y cuesta tanto hacer justicia, memoria y reparación en este país. En marzo de 1984 sólo unos pocos recordaban a Puig Antich. Un acto en la UB del 2 de marzo y una manifestación el día 7 que reunió a quinientas personas en Barcelona. La hoja volante indignada decía: "Hace diez años. ¿Quién se acuerda? ¿Qué pasó? ¿Por qué no se habla? ¿Quién era? ¿Por qué le mataron? ¿Quién lo hizo?" En el texto, elaborado por los abogados que enseguida retomarían la ingente e imprescindible labor de la Comisión de Defensa del Colegio de Abogados de Barcelona, ​​se leía: "Salvador Puig Antich no era un chico de orden. Había sido del MIL, un grupo anticapitalista que quería romper la división entre dirigentes y dirigidos, entre trabajo intelectual y trabajo manual, propiciando la acción directa, la autoorganización y la transformación de la vida cotidiana. no de orden. Y este tipo de gente no tiene derecho a la vida ni ahora ni antes". Las palabras finales, cuando el caso GAL ya había estallado, retumban en un presente imperfecto y oscurecido: "Ahora cuando hace diez años que mataron a Puig Antich todos estamos hartos, de tanta gente de orden. Tips que quienes lo mataron vivan tranquilos.Tips que los antifranquistas que hoy mandan nos quieran esconder nuestra historia, nos quieran esconder que no hicieron nada por salvar al Puig Antich porque era un terrorista.Tips que sea tan fácil ser un terrorista.Tips que no se hable de Franco y de sus crímenes Tips que la historia comience el 6 de diciembre de 1978, el Día de la Constitución".

Imma y Montserrat Puig Antich en una imagen reciente.

Ya en 1985, Ramon Barnils impulsó coralmente el libro La vuelta de la vuelta al percibir que sus estudiantes no sabían quién era Puig Antich. Ha llovido mucho y se ha escrito mucho más –de Antonio Téllez a Paco Escribano pasando por Jordi Panyella–, y muchísima gente anónima ha hecho el trabajo de no permitir que el olvido triunfara. ¿Qué hacer con la memoria? El lúcido Alba Rico, que ruega que si algún día los bonos escriben la historia lo hagan en calidad de bonos y no de vencedores, detallaba en estas páginas en julio de 2020 que sólo existían cuatro opciones históricamente disponibles: conservarla, recolocarla, olvidarla o destruirla. También decía que la opción más justa, solidaria y humanista era estibarla bien. Espejo retrovisor y luces largas, cargarla bien en la mochila –pero no estamos todavía aquí–. Para que una dictadura criminal, con el juicio farsa de un consejo de guerra, decidiera asesinar por garrote vil a Puig Antich y Georg Michael Welzel (nombre real de Heinz Chez) puede no sorprender demasiado sin dejarnos nunca de helar la sangre. Lo que sí gavilán de verdad es que, cinco décadas después, una democracia que se jacta de serlo no sea capaz de revisar el caso, anular la pena de muerte y reparar y rehabilitar como es debido todos los represaliados de la dictadura . Sin eso, lo que se estiba en los hombros ya no es la memoria reparada sino una impunidad nunca vencida. Es decir: la vuelta de la vuelta de la vuelta. Todavía. No puede pasarse página de un libro que todavía no nos dejan ni escribir. Hasta ahora, la única justiciabilidad legal hallada son dos votos particulares discrepantes contra la sentencia de la Sala Militar del Tribunal Supremo que, en el 2007, rechazaba admitir la demanda para revisar la pena de muerte impuesta. Montalban, 1986: "La ola de ahistoricismo que nos invade es la conjura ideológica reaccionaria mejor urdida desde la Contrarreforma. Los marcianos están entre nosotros".

Esta misma semana, a diferencia de 1984, se están celebrando simultáneamente actos de homenaje en todas partes. El pasado miércoles en el IEC Josep Maria Solé i Sabaté hizo una intervención históricamente íntima, humanamente infinita y políticamente detallada sobre el MIL, un grupo de pocos jóvenes arriesgados y valientes, hartos de tanta dictadura, hartos de la derrota de los padres, la derrota de los hijos y tanta derrota común. Solé y Sabaté lo decía en primera persona: al fin, tuvo que ir a recoger el cuerpo de su primo Oriol Solé Sugranyes en 1976. Del MIL, también, un grupo pequeño y efímero nacido al abrigo del 68 al que segaron dos vidas: Salvador y Oriol. También la militancia libertaria –libremente crítica con cómo se estiba la memoria a veces– se encuentra desde ayer en la Armonía de Sant Andreu y esta noche en el Ateneu Popular de 9 Barris para decir su. Mientras las entradas gratuitas para la intensa semana que arranca hoy en la antigua cárcel Modelo bajo el lema "El compromiso vigente" ya están agotadas hace días. Y ojo vivo, que hablar de compromiso vigente es, fundamentalmente, hablar de nosotros –hablar del ayer para aterrizar en el hoy y no desenfocar el mañana–. Pero si lo cierto es que el tiempo es el único polígrafo disponible, entonces habrá que aclarar que, en realidad ya una semana del 8 de marzo, este artículo tiene cuatro nombres propios que en cinco décadas han sabido resistir tercamente y transitar tenazmente desde el silencio más ensordecedor hasta el reconocimiento más incuestionado: Imma, Carme, Montserrat y Merçona. Contra los ordeñadores del olvido, siempre las tejedoras de la memoria. Tanto como decir: gracias, hermanas. La memoria insiste. Persiste. Resiste. Y es gracias a ustedes. 50 años después.

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