La realidad mutilada

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Más de 200 millones de mujeres han sufrido una ablación de clítoris

Hace nueve años, el 24 de noviembre de 2015, el presidente de la República de Gambia declaró su intención de prohibir la ablación de los clítoris como práctica ritual socialmente normalizada. Cabe decir que el argumento nada tenía que ver con el bienestar de las mujeres ni con la defensa de los derechos humanos más elementales, sino con el buen nombre de la religión mayoritaria del país, el islam. En efecto, la ablación no tiene ninguna relación con esta fe, a pesar de los frecuentados lugares comunes sobre el tema, pero sí con la forma en que se vive allí. Ahora el Parlamento de aquella república minúscula, más o menos del tamaño de las comarcas de Lleida, ha estado a punto de revocar la prohibición y permitir de nuevo una intervención que es irreversible, dolorosa y llena de peligros a corto ya largo plazo (desde las infecciones inmediatas a problemas muy posteriores durante el parto, pasando por todo tipo de posibles complicaciones). El pasado 4 de marzo la mayoría absoluta de los diputados (incluidas cinco mujeres) decidieron que la prohibición era contraria al derecho de los ciudadanos "a vivir su cultura y su religión tal y como quedan garantizados en la Constitución". En las manifestaciones a favor de revocación había numerosas mujeres, la mayoría jóvenes. Obviamente, hay otras muchas que están en contra.

Aparte de la natural incomodidad que genera un tema tan terrible como éste, los occidentales, tanto hombres como sobre todo mujeres, lo vivimos con desconcierto, especialmente cuando dejamos de lado los tópicos previsibles. Un artículo de la Dra. Marika Tsolakis basado en una investigación cualitativa, titulado Socio-cultural perceptions of female genital mutilation and consequences on labour in the Gambia, pone de manifiesto la división de opiniones entre las mujeres gambianas. Las partidarias de revocar la ley de 2015 se acogen a la libertad de elección ("people should have freedom of choice") en un tema que asocian, entre otras cosas, a la higiene (!?).

Y ahora, vamos al fondo de la cuestión. Cuidado, porque la siguiente pregunta la carga el diablo: todos deberíamos tener los mismos derechos? Si afirmo que sí, sin matizar nada más, resultará que yo tengo derecho a votar en Paraguay, por ejemplo. La pregunta sensata, en realidad, es otra: ¿se necesitan unos derechos universales por el simple hecho de ser humanos? Desde la perspectiva del progresismo de matriz ilustrada, la Declaración Universal de los Derechos Humanos afecta igual a una adolescente gambiana que a un chico australiano oa una abuela tibetana. Son humanos y punto. Desde esta perspectiva, la mutilación genital es injustificable, como lo es también la tortura y otras muchas cosas. Desde la mirada posmoderna basada en la exacerbación de la diferencia, sin embargo, las cosas no se ven así. Y es cierto que lo que llamamos "derechos humanos" no son ningún decálogo atemporal caído del cielo; en realidad, forman parte de un breve documento aprobado el 10 de noviembre de 1948 en el Palacio Chaillot de París por una comisión de Naciones Unidas. Este papel nació a raíz de 15 borradores previos elaborados a lo largo de 85 sesiones, en las que se discutieron cerca de 200 enmiendas. ¿Por qué el borrador número 16 es ahora casi sagrado mientras que el número 7 o el 9 o el 15 duermen en algún archivador polvoriento? ¿Cómo pueden ser universales si en 1948 la mayoría de los actuales países del mundo eran todavía colonias sin voz, ni voto, ni dignidad política? Por tanto, los derechos humanos son, en realidad, un invento contingente de hombres blancos heterosexuales cristianos que ganaron la Segunda Guerra Mundial, etcétera, etcétera, etcétera.

Esta segunda manera de ver las cosas en la década de 1980 significaba algo que de alguna manera –aunque fuera para subrayar determinadas contradicciones– era emancipadora, pero ahora quiere decir otra muy distinta. El discurso oficial en China o en Rusia es que ellos, por tradición cultural, perciben la democracia "de otra forma", al igual que en Gambia afirman que la gente tiene derecho a vivir libremente "sus raíces culturales". El discurso suena bien, y el mundo woke la compra de pies a cabeza asumiendo que las "verdades postcoloniales" de los hombres blancos heterosexuales cristianos, etc. no valen para todos y deben cuestionarse siempre. Con esto quiero decir que el debate sobre la mutilación genital en Gambia está más cerca de nosotros de lo que pensamos. Tiene otro lenguaje y un tono diferente, pero acaba desembocando en el mismo sitio. Todo es relativo, todo es una construcción cultural... Pues muy bien. Sin embargo, después de haber asumido institucionalmente esta perspectiva conviene atenernos a las consecuencias y no fingir sorpresas.

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