Una imagen de su sede en Londres del fondo de inversión BlackRock.
15/01/2025
4 min
Regala este articulo

No descubrimos nada nuevo si recordamos que en ciertas épocas a los más poderosos les han molestado las reglas y las normativas demasiado estrictas, y han preferido el sálvese quien pueda. Han sido sobre todo épocas de cambios acelerados, provocados por innovaciones tecnológicas o bien, también, por las oportunidades y rápidos beneficios que generaban los intercambios desiguales ligados al colonialismo. Horarios de trabajo interminables, niños trabajando, esclavismo, condiciones infrahumanas de vivienda y un largo etcétera. Todo bien documentado y analizado por historiadores que han ido dejando al descubierto lo que muchas veces se presentaba como acciones civilizadoras o como los costes de un progreso que era bueno para todos.

Lo que sorprende en pleno siglo XXI, es que volvemos a oír la cantinela que si se quiere que todo vaya mejor, debemos dejarnos de tantos obstáculos reglamentarios. No digo que muchas veces no se haya hecho un grano demasiado, convirtiendo la respuesta a un hecho puntual que ha generado dolores de cabeza, en norma general que se aplica indiscriminadamente. Esto es una tendencia muy habitual en las administraciones públicas que prefieren que todo el mundo pase por el aro antes que distinguir caso a caso y evitar así la generalización de los costes procedimentales. Pero lo que no se puede hacer, argumentando además que se hace en beneficio de todos, es decir que ya basta de tantas normativas ambientales, de tanta legislación que protege derechos individuales y colectivos en el mundo del trabajo o en la regulación urbanística. Lo que tenemos ahora es un exceso de regulación procedimentalista, pero no un exceso de protección de valores básicos y fundamentales que han costado muchos años de luchas conseguir.

A escala global es bien visible esta tendencia en las constantes referencias que hacen Trump, Elon Musk y otros muchos responsables de grandes compañías tecnológicas y de fondos de inversión, argumentando que más regulación provoca menos posibilidades de innovación, más restricciones de la competencia y acaba perjudicando a los consumidores. De hecho, el lugar que tiene reservado Trump en Musk es el de responsable del nuevo departamento de Eficiencia, encargado de "allanar el camino para que la administración desmantele la burocracia gubernamental, reduzca el exceso de regulaciones, reduzca los gastos innecesarios y reestructure las agencias federales".

El resultado de todo ello ha sido un ataque sin precedentes al modelo de capitalismo woke, haciendo referencia a aquellas estrategias empresariales que pretendían combinar el mantenimiento de márgenes de beneficio razonables con medidas que evitaran el empeoramiento de las variables ambientales que cada día que pasa empeoran. Como nos acaba de recordar el último informe Copernicus, advirtiendo que estamos ya situados en el límite absoluto del nivel de calentamiento que nos traerá más y más catástrofes y emergencias vinculadas al clima.

A 20 estados de Estados Unidos ya se han promulgado normativas (esta vez sí están a favor de las normativas) que prohíben a los fondos públicos de pensiones invertir en empresas que siguen parámetros ambientales en sus estrategias. El CEO del todo poderoso fondo de inversión BlackRock, Larry Fink, ha anunciado que el fondo deja al grupo de empresas de Wall Street que estaban comprometidas al luchar contra el cambio climático. Ante esta gran ofensiva del sector más trumpista del republicanismo estadounidense y lo que se avecina, no es extraño que las perspectivas climáticas no sean especialmente estimulantes. Tendremos menos normas para proteger a todo el mundo, pero las normas necesarias para proteger a unos pocos.

En otro terreno, pero siguiendo los mismos parámetros de menos reglas y más dinero, no debe sorprendernos que Mark Zuckerberg haya decidido, en nombre de la libertad de expresión (!) eliminar los controles de contenidos de sus redes, confiando en que, como ocurre en X, sean los mismos usuarios que hagan y comenten lo que crean sobre lo que la gente va colgando y diciendo a las plataformas que en dependen. Todo el mundo alineado con el principio sagrado de la libertad, o mejor dicho, de una visión restrictiva y competitiva de la libertad. La libertad de quienes pueden y la no libertad de quienes no pueden.

Las tensiones geoestratégicas entre China y Estados Unidos de Trump y compañía sirven de excusa y justificación de esta ofensiva antidemocrática. La gran perjudicada será Europa y su defensa de los principios que inspiraron la reconstrucción europea después del desastre de las dos grandes guerras. El espíritu del 45 se plasmaba en lo que dice el artículo 9.2 de la Constitución que, de hecho, reproduce lo mismo que dicen las constituciones italiana y alemana: "Los poderes públicos removerán los obstáculos que impiden que la libertad y la igualdad sean efectivas". Esta fiebre antinormativa puede hacer más difícil competir a escala global para las empresas europeas, ya que el marco de protección ambiental es más exigente, y puede generar incentivos para la deslocalización. Pero puede también constituir una oportunidad para mejorar la innovación en temas de energías renovables en momentos en los que se hace evidente que la nueva ola en digitalización e inteligencia artificial exige mucho gasto de energía y agua. Cada vez es más inseparable la defensa ambiental y la defensa de la democracia.

stats