1. Diálogo. El ruido va por barrios, pero la idea de un cambio de etapa se va imponiendo. Cada uno lo lee a su manera: unos hablan de distensión, otros dicen que el secesionismo allana el camino a Sánchez, algunos se indignan con Junqueras por haber dicho lo que es evidente, que la vía unilateral no es ahora mismo transitable, y otros ponen el grito en el cielo por la "traición" de Sánchez. Pero el hecho es que tres años y medio de resaca son muchos y que las dinámicas sociales acaban haciendo menear las cosas. El tablero se tenía que mover. ¿De qué servirá? Ya lo veremos. De momento, la palabra es diálogo. Pero no porque la repitamos las cosas irán mejor. Acción.
Es cierto, el diálogo es la vía para resolver los conflictos en democracia. Pero se tienen que dar algunas condiciones si no se quiere que sea un conjunto vacío y todo acabe yendo mal. La primera es el reconocimiento mutuo, que evidentemente pasa por acabar con la represión. Y, en este sentido, el indulto es un primer paso. Un gesto que, como se ha visto, irrita a la derecha española, que ha puesto el grito en el cielo contra el “vendepatrias” Sánchez, y a una parte importante del independentismo que apuesta por la amnistía o nada, que ahora mismo es garantía de quedarse con nada. Para que las cosas avancen el indulto es un comienzo que la propia dinámica del diálogo tendría que hacer completar. Y la segunda condición para la credibilidad del diálogo es que se pase pronto de la palabra a la negociación. Está muy bien hablar, pero la palabrería se agota si no hay resultados y no hace más que aumentar los agravios y la tensión. La tercera condición es que todas las partes sean conscientes de que tienen que hacer concesiones. Y no es evidente.
Sin embargo, cuarta condición, para que los resultados sean efectivos se necesita que los actores principales de cada bando se sientan implicados. Y este es uno de los handicaps de la situación actual: la derecha española está en contra y ha hecho de cualquier acuerdo un pecado de lesa patria. Y en Catalunya una parte importante del independentismo ha mostrado su frustración y no parece dispuesta a allanar el camino. Aunque si se dieran pasos significativos no le quedaría más remedio que virar. Conclusión: hay un camino a explorar. Pero Sánchez tiene que ser consciente de que con abrirlo no basta. Y todos sabemos que es habilidoso al enunciar la potencia (y darle vuelo mediático) pero le cuesta pasar al acto. En todo caso, los actores del diálogo se la juegan y si no sale lo pagarán. Y, en lugar de recuperar cohesión, el país quedará más rasgado.
2. Turismo. La otra moda del debate público en Catalunya es el turismo como medida de todas las cosas. Es el criterio que se pone en primer lugar tanto cuando se habla de infraestructuras, como de cultura, como de transformación de la ciudad de Barcelona. ¿El número de turistas como horizonte absoluto de nuestro tiempo? Está muy bien que venga mucha gente (y no solo turistas), está muy bien que Barcelona y Catalunya tengan poder de atracción y la gente quiera venir (pero no solo de paso sino también a estudiar, a trabajar, a inventar, a vivir, que sería el verdadero signo de que la ciudad y el país van adelante), pero hacer del turismo horizonte absoluto de nuestro tiempo me parece un despropósito: porque disminuye los objetivos de la capital y del país y nos coloca en un riesgo que ya vivimos con la construcción: la dependencia de la economía de un solo sector. Cuando este sector falla, todo va abajo. No es casual que el peso del turismo en la economía sea menor en Francia (7,3% del PIB en 2019), a pesar de tener más visitantes, que en España (12,4%) y en Catalunya (12%). Hablemos menos de turismo y más de modelos de renovación. Barcelona, ya lo he dicho otras veces, tiene una gran oportunidad de relanzamiento como ciudad sostenible de dimensiones humanas. Y no quememos energías en cosa que acaban en agua de borrajas cuando hay que ponerlas todas en hacer proyectos que atraigan al mundo poniendo a los ciudadanos por delante, es decir, mejorando el país.
Josep Ramoneda es filósofo