Rosalía, 'Motomami' y el cambio climático

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Un hombre conduciendo una motocicleta.

Cuando vi cómo se desplegaba todo el imaginario del nuevo disco de “la Rosalía”, Motomami,  enseguida me vino a la cabeza una exposición bastante reciente del Bòlit, el Centro de Arte Contemporáneo de Girona. La exposición en cuestión, Petromasculinidades, estaba comisariada por Arnau Horta y giraba entorno a este concepto acuñado por la politóloga Cara Daggett. A partir de este término, Daggett analiza la relación histórica entre el petróleo y la dominación patriarcal occidental. El carburante ha contribuido a construir identidades muy marcadas y a menudo difícilmente eludibles, cosa que pone en peligro la (imprescindible) transición energética hacia una sociedad post-carbono. Trump sería un claro ejemplo del fuerte vínculo identitario entre la masculinidad más hipertrófica y la cultura del motor de explosión –y el combustible que lo hace posible–. Su negacionismo del cambio climático está muy ligado al imperialismo y el capitalismo, pero también a otro factor que hombres como Trump sienten como una amenaza: el progresivo debilitamiento del relato de un determinado tipo de masculinidad. Según Daggett, no es una coincidencia que la mayoría de los negacionistas del cambio climático más exaltados, y a la vez defensores acérrimos del petróleo, sean hombres blancos estatunidenses, conservadores e hipermasculinos.

Coincidí hace muchos años con Rosalía en el Taller de Músics y la recuerdo perfectamente, en clase y en las conversaciones en el bar. Le reconozco todos los talentos –tiene de muy diversos– y entiendo que su música despierte pasiones y admiración, porque no es solo artísticamente brillante, sino que también es extremadamente libre, propositiva y osada. Con este último proyecto, Rosalía no solo se ha transformado (el símbolo de la mariposa se fusiona con la M de Motomami), sino que ha continuado ensanchando la creación de su personaje artístico y comercial. Alrededor de todo el discurso musical, ha creado un imaginario cultural altamente rentable –solo hay que hacer una visita en su web–. Ahora bien, este imaginario cultural que ha construido Rosalía es mucho más que una exaltación de la tradición motorística familiar y su paraíso perdido de niñez –ella iba en moto con su madre desde pequeña–. Y ahora, seguramente, tocaría hablar de empoderamiento: el empoderamiento de la mujer que se hace suyo todo el relato del motor de explosión y la gasolina.

La portada de 'Motomami'.

El imaginario cultural de Motomami es una clara apología del poder que confieren el motor y los combustibles fósiles. El videoclip de Saoko empieza con la gasolina que derrama (oímos también el sonido) ante la mirada del espectador, como si la cámara fuera dentro del depósito de la moto. En el plano siguiente vemos a una Rosalía “empoderada ” empuñando la manguera del surtidor. Y, todavía, la secuencia continúa con unas aceleraciones de los motores de las motos, que nos permiten apreciar el gris del humo que sale de los –erotizados– tubos de escape. Esto último parece remitir a la práctica del rolling coal, una especie de trucaje (tuning) que hace que los vehículos emitan humo negro y que a menudo se utiliza por reírse de los movimientos ecologistas. Y es que este comienzo de videoclip –filmado en la ciudad de Kiev, por cierto– va tan fuerte narrativamente que parece pura pornografía de la contaminación acústica y medioambiental. Hay, en todo el disco de Motomami y en las estrategias de marketing paralelas, una voluntad de creación de relato identitario. Los tuits de "una motomami es o hace esto o aquello" son bastante explícitos en este sentido. Es un relato muy bien construido y sugerente, pero que tendría que provocar un alud de dudas e interrogantes. Porque legitima y glamuriza la cultura del motor de explosión en un momento en que el discurso de la transición energética parece que empieza a calar en la sociedad. Porque marca tendencia en sentido contrario a esta transición.

El viernes 25 de marzo, solo una semana después del estreno de Motomami, The Guardian publicó un editorial expresando su visión sobre las temperaturas extremas registradas en el Ártico y el Antártico apenas hacía unos días. La coincidencia del estreno del disco con un acontecimiento que ha desconcertado a los climatólogos nos obliga a plantearnos si podemos permitirnos el lujo de ignorar tan radicalmente la emergencia climática: ¿podemos descontextualitzar totalmente un imaginario cultural del momento en el que se produce y de sus inminencias? Dejo aquí muchos debates de lado, pero creo que la excepcionalidad de la crisis ecosocial pide reflexionar sobre la responsabilidad. La de todos juntos y la de los que tienen un megáfono gigantesco ante la boca. Si el editorial mencionado nos insta a multiplicar los esfuerzos y poner el foco en el clima, Ignasi Aragay escribía en este diario hace unos días que “hoy la vanguardia artística e ideológica está en el respeto y la relación con la naturaleza” –lo hacía a propósito del libro El otro mundo rural (Tigre de paper, 2022)–. Esta vanguardia es la que ha practicado durante muchos años Björk, una artista –comparable a Rosalía– que ha demostrado que tecnofilia y Biophilia (Nonesuch Records, 2011) son perfectamente compatibles. 

En varias entrevistas, Rosalía destaca el papel de la naturaleza en su vida, y ante la pregunta de cómo se imagina cuando tenga 80 años, responde que “viviendo en un entorno natural, rodeada de una gran familia”. Falta medio siglo para que Rosalía tenga 80 años y me pregunto si el empoderamiento a través de la asimilación de marcos identitarios e ideológicos que nos han metido en callejones sin salida distópicos nos permitirá llegar al paisaje-ficción en que se proyecta Rosalía. Ella sabe muy bien que para que lo que proyectamos se convierta en realidad hay que destinar mucho esfuerzo y planificación. Mientras las emisiones de CO2 continúen aumentando, mientras sigamos alentándolo, no estaremos priorizando –proyectando– nuestra supervivencia. La naturaleza no es un paisaje-souvenir de fin de semana ni un futuro bucólico que nos será regalado. La naturaleza es un relato que creamos, y una realidad que modificamos, entre todos nosotros. Justo cuando he acabado de escribir este artículo, leo los titulares del día: “Es ahora o nunca”, dicen en referencia al ultimátum de la ONU para evitar la catástrofe climática. Nuestro futuro depende de las acciones, y los relatos, del presente.

Elvira Prado-Fabregat es artista, filóloga e investigadora en 'performance studies'
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