

El ministro de Economía ha declarado que la decisión del Sabadell de devolver la sede social a Catalunya no tiene nada que ver con la opa, sino que es un "proceso lógico" consecuencia de la normalización política en la comunidad. Ningún analista independiente lo ha visto así, sino como una maniobra defensiva para asegurarse un mayor compromiso del gobierno español con el fracaso de la operación.
Recordemos sucintamente los hechos. El BBVA es el segundo banco español, y el Sabadell el cuarto. El BBVA vale en bolsa ocho veces más, y absorbiendo al Sabadell alcanzaría un tamaño similar al primer banco, el Santander. Lo intentó a las buenas durante la pandemia, en un momento de gran debilidad del banco catalán, pero fracasó. Ahora lo ha intentado de nuevo mediante una opa hostil, esto es, una oferta para adquirir la mayoría de las acciones sin el acuerdo de la dirección.
La maniobra es insólita. El sistema español se ha concentrado extraordinariamente en los últimos años, pero siempre a base de operaciones en las que un banco sano ha absorbido un banco (o una caja de ahorros) en crisis con el beneplácito del gobierno de turno y del Banco de España.
Sin embargo, las fusiones bancarias tienen mucho sentido desde el punto de vista privado. Dado que los productos que ofrecen son idénticos (una cuenta corriente, un crédito, una hipoteca...), la suma plantea pocos problemas y permite muchos ahorros: de personal, de oficinas y de informática.
Los directivos del Sabadell se están resistiendo con uñas y dientes. ¿Por qué? Es de suponer que la dirección del BBVA les ha ofrecido unas condiciones favorables en el banco fusionado; otra cosa sería estúpida. Por su parte, el presidente del Sabadell, Josep Oliu, tiene el 0,13% de las acciones del banco; puede parecer un paquete modesto, pero el BBVA ofrece por ellas unos 3 millones de euros más de lo que valían el día antes de lanzar la opa. Ahora bien, el Sabadell es un producto de Oliu padre e hijo. El padre, Joan, trabajó allí toda su vida, buena parte de la cual como director general. El hijo, Josep, lo sucedió en 1991, y desde 1999 es su presidente. En este largo período, la banca ha sido muy importante en la ciclotimia catalana. A principios del siglo XX, más de la mitad de los bancos españoles tenían su sede en Catalunya, pero antes y después de la Guerra Civil la mayoría fueron absorbidos por bancos madrileños o vascos, por lo que solo quedaron las cajas de ahorros y el Banc de Sabadell. Tras innumerables lamentaciones sobre la falta de bancos propios, cuando finalizó la crisis financiera de 2008-14, los catalanes nos quedamos estupefactos comprobando que habíamos perdido las cajas pero que dos de los cinco principales bancos españoles eran catalanes. La alegría duró poco, y en 2017 estos dos bancos trasladaban su sede al País Valenciano aterrorizados por una retirada de depósitos que los amenazaba de muerte.
No cabe duda de que para Josep Oliu el traslado debió de ser una decisión dolorosa. La hipótesis de que la opa triunfe debe de serlo aún más. Lo que nadie parecía esperar es que el traslado pudiera acabar convirtiéndose en una carta a jugar contra la opa.
Son los accionistas del Sabadell quienes deben decidir si aceptan las condiciones que les ofrece el BBVA. El mercado cuenta (“descuenta”, en la terminología financiera) con que la opa será un éxito, por lo que la acción vale exactamente lo que ofrece el BBVA. Pero la opa debe ser autorizada por la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia (CNMC). La CNMC es un organismo independiente que debe juzgar si la fusión es perjudicial para el interés público porque lleva a una concentración excesiva del mercado bancario. En este caso, puede prohibirla o puede imponer condiciones más o menos estrictas, como por ejemplo la obligación de vender a un tercero una parte del negocio. Un dato relevante es que la CNMC es un organismo independiente, pero que el gobierno español acaba de nombrar a cinco de sus diez miembros, uno de ellos un político en la órbita de Junts per Catalunya.
En Catalunya, la opinión pública, las organizaciones sociales y los partidos son contrarios a la fusión. En consecuencia, el gobierno español también lo es. Oliu está jugando bien sus cartas, y ahora acaba de poner sobre la mesa un triunfo grande. El regreso del Sabadell –que pone presión a CaixaBank– supone la consolidación del relato de la normalización política de Catalunya que defienden Illa, el PSC y el PSOE. Pero su inmediata absorción pondría de relieve la inutilidad de esta normalización con respecto a los intereses de Catalunya.
La jugada de Oliu podría ser leída como una muestra de su desesperación, pero lo cierto es que, si le sale bien, habrá matado dos pájaros de un tiro: habrá salvado el banco y habrá devuelto la sede a Catalunya de una forma tan racional como lo fue, en su día, el movimiento contrario. CaixaBank no lo tendrá tan fácil para contárselo a sus accionistas.