Universidades e investigación: renovar el compromiso
En Memoria de Joan Guinovart (1947-2025).
De los pocos que todavía entendían por qué y, además, sabían cómo.
La tecnología olvidada de nuestros antepasados
En mitos antiguos y en la ciencia ficción moderna, a menudo encontramos historias sobre civilizaciones que descubren artefactos avanzados que no saben interpretar. A veces, los veneran como dones divinos. Otros, los utilizan hasta que se rompen, y quedan desprovistos de las herramientas necesarias para su reconstrucción. Ese patrón no es exclusivo de la ficción. La Roma clásica construyó el Panteón de Agripa, una cúpula majestuosa que todavía hoy nos maravilla. Siglos después, sin embargo, los arquitectos medievales habían olvidado las técnicas que lo hicieron posible. La iglesia rendía culto, pero era incapaz de copiar su estructura.
Un caso similar lo encontramos en el sistema universitario y de investigación que Cataluña construyó durante los años 90 y principios de 2000. Nuestros antecesores sentaron las bases del modelo de educación superior e investigación que hoy disfrutamos. Pero este sistema, que nos ha situado en el mapa global, corre ahora el riesgo de dañarse ante la burocracia y la falta de visión estratégica.
La Cataluña de los ochenta y noventa: endogamia y aislamiento
En los ochenta y noventa, el sistema científico catalán era rígido, endogámico y separado del circuito internacional. La reforma universitaria de 1983 (LRU) había permitido pequeños avances pero insuficientes. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), por ejemplo, destacaba en volumen de investigación, pero nunca lo hizo en calidad ni impacto internacional.
La endogamia era extrema. En 2001 un estudio realizado por mi colaboradora Ana Rivero y por mí mismo mostró que sólo un 5% de los puestos de profesor fijo en las universidades españolas estaban ocupados por candidatos externos. En cambio, este porcentaje era del 93% en EE.UU., del 83% en Reino Unido y del 50% en Francia. Esta exclusión del talento externo dificultaba el intercambio de ideas y condenaba al sistema a la mediocridad. Si podían, los buenos investigadores locales huían al extranjero, y quienes debían quedarse lo hacían en condiciones precarias.
Entonces parecía impensable que Cataluña pudiera competir con las grandes potencias científicas. Pero contra todo pronóstico, la Cataluña de finales del siglo XX decidió no resignarse.
Un compromiso por superar la grisura científica
En 1999 Joan Guinovart planteó el reto de construir un gran pacto para sacar a Catalunya de la grisura científica. En su discurso durante la recepción de la Medalla Narciso Monturiol, Guinovart exigió:
"Un pacto en el que los políticos, los centros de investigación y docencia superiores con la complicidad de la sociedad civil [...] acuerden tomar todas las medidas necesarias para sacar a Catalunya de la grisura científica [...] Un gran pacto por llevar a Cataluña a competir con California, Massachusetts u Oxbridge."
Estas palabras inspiraron una transformación radical. Cataluña construyó un sistema moderno y flexible, con instituciones pensadas para jugar en la misma liga que las mejores del mundo.
Una estructura de excelencia
La Cataluña de principios de siglo respondió al reto con estructuras innovadoras que combinaban financiación y regulación flexible. Se abandonaron en el modelo funcionarial rígido para adoptar mecanismos de organización basados en el Código Civil, siguiendo estándares internacionales.
El impacto no puede exagerarse: el programa ICREA ha atraído a cerca de 300 científicos de prestigio internacional, incluyendo a muchos catalanes que se habían marchado al extranjero. Sin oposiciones, homologaciones de título ni otras trabas burocráticas, estos investigadores están volviendo y situando a Cataluña como un polo de atracción de talento. Los centros CERCA, con gobernanzas flexibles y autónomas, han permitido crear una red de investigación e innovación evaluada por comités internacionales y con impacto global en campos tan diversos como la genómica, la fotónica o la economía. El programa Serra Húnter trata de influenciar la contratación del profesorado universitario, basándose estrictamente en méritos y abriéndose al talento internacional. Esta medida frena la endogamia y asegura un plantel docente competitivo. Además, infraestructuras como el Barcelona Supercomputing Center, el Sincrotrón ALBA y el Centro Nacional de Análisis Genómico colocan a Catalunya al frente de la investigación tecnológica y biomédica.
Los frutos de este modelo son evidentes. Cataluña absorbe casi el 50% de las prestigiosas becas ERC (European Research Council) concedidas a España. Nuestros centros lideran grandes proyectos internacionales, atraen inversiones privadas y generan nuevas tecnologías, empresas y puestos de trabajo de alta calidad.
La burocracia, ¿un obstáculo insalvable?
Pese al éxito, la crisis económica de 2007 introdujo rigideces que han ido enquistándose. Medidas como la "tasa de reposición" (más vale no adentrarnos en los sórdidos detalles) limitaron la contratación, y precarizaron el sistema. Superada la crisis, la burocracia no sólo ha persistido, sino que se ha arraigado hasta convertirse en un obstáculo asfixiante: trámites interminables para comprar equipamiento científico, dificultades en la atracción de talento gestor y los más variados controles previos, todos impuestos por la propia Generalitat, han ahogado la flexibilidad que hizo grande al sistema. Ley de la Ciencia de Cataluña, tratan de introducir mejoras, pero se demuestran insuficientes para revertir esta tendencia.
En síntesis: un exitoso sistema creado para competir globalmente es domesticado por estructuras pensadas para gestionar servicios de la administración local. Si no lo corregimos, el modelo catalán dejará de ser único, quedará desfasado, normalizado.
Renovar el compromiso para el futuro
Hemos heredado un sistema universitario y de excepcional investigación, construido con talento y visión global. Ahora, debemos decidir si queremos preservar este legado o dejar que se rompa.
Es hora de renovar el compromiso que nos propuso Joan Guinovart. Debemos simplificar la burocracia, apostar por la flexibilidad y garantizar mecanismos de evaluación estrictos pero eficaces. Necesitamos confianza en los investigadores e instituciones para seguir liderando el panorama científico mundial.
Quienes nos precedieron nos dieron las herramientas para competir –incluso para colaborar, hablando de tú a tú– con California, Massachusetts, Oxbridge o Shanghai. No podemos permitir que se oxiden. Renovar ese compromiso es nuestro deber. No para nosotros, sino, como siempre predicó y practicó el gran Joan Guinovart, para aquellos que vendrán después.