Como me dice la editora Antònia Carré, por estas fechas navideñas todos tenemos muy presentes a nuestros muertos. Antonia me ha enviado un pequeño libro de Fiódor Dostoievski que contiene un cuento largo –El señor Projarchin– y uno corto –La centenaria–. Ella misma también dice que el largo hace pensar en La estrangulapobres de Narcís Oller. Me ha conmovido más el corto, el delicioso adiós de una abuela, la Maria Maksímovna. desvanecidos, tan empeñadas en el pasado que no volverá. cocinado, los cuentos que te contaban, las cosquillas y la compañía, ahora, en silencio, reclaman lo mismo: tenerte a su lado, caricias, una sopa caliente, una visita que se alargue. salen, pero no. Necesitan el calor de la familia, siempre el último refugio. De una despedida como Dios manda. tanto en tanto la mujer se detiene a descansar, le pregunta si se encuentra bien. No tiene claro que llegue a destino. Caminaré un mico y reposaré, y entonces me volveré a levantar y caminaré un poco más". Dostoievski la describe con ternura: "Era una anciana pequeñita, toda pulida, con una ropa arrozada, debía de ser pequeñoburguesa; y amarillenta, con la piel pegada a los huesos y los labios apagados, como una momia; pero sonreía, allí sentada, con el sol que le tocaba". El gran Dostoyevski! ¡Qué simple maravilla, esta abuela.
Maria tiene vida interior, deseos. Río. Una vez llega a la casa familiar, mima. el bisnieto Mixa, que tiene seis años. Encuentra que todo es muy caro. económico hace tiempo que se detuvo. No entienden muchas cosas, ni falta que hace ya. bien envueltos. Quieren marcharse de este mundo dejando un buen recuerdo. barbota de popa ortodoxo y su incipiente calvicie, murió que aún no tenía 60 años. No tuvo una vejez como la de María. adolescente quiso ser escritor. ¡Y tanto si lo fue! Su capacidad de penetración del alma humana, de la psicología íntima, ha marcado la modernidad literaria. Como se aprecia en este cuento de la Maria, es un maestro del detalle cotidiano. Quita petróleo literario de cualquier ínfimo gesto. de cariño. La perdió, muerta por tuberculosis, cuando él tenía 15 años y cuando ya había sufrido (desde los 9 años) ataques de epilepsia que ya no la abandonarían. Sin la esposa, el padre cayó en una depresión y en el alcoholismo, ya él y su hermano los envió internos a la Escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo, donde a Fiódor se le despertó la vocación de escritor. Cuando tenía 18 años, el padre murió ahogado en vodka, algo que va despertar sentimientos contradictorios en el hijo: una liberación culpable. Crimen y castigo (1866), El idiota (1868) y Los hermanos Karamazov (1880) –publicada unos meses antes de su muerte– son cimas de la literatura universal. Si de joven había sido una especie de nihilista socialista, de mayor, después de pasar por la cárcel, de estar a punto de ser fusilado y de cumplir cinco años de trabajos forzados en Siberia, se volvió conservador, religioso y nacionalista, con ideas políticas propias: Rusia debía superar el feudalismo pero esquivar al capitalismo. Pero no cómo, muchos años después de muerte, acabaría pasando de la mano del sanguinario comunismo estalinista.