Si hay una época del año removida para todos, ésta es Navidad, que nos transporta al niño que fuimos, a un montón de experiencias vividas ya muchas emociones de las que, a menudo, ni siquiera somos conscientes . Justamente por todas las emociones que se nos despiertan (tanto si Navidad nos gusta mucho como si no), estos días a veces no son fáciles de vivir. Encuentros con la familia, emociones de los niños que los desbordan, sobreestimulación, y un largo etcétera que hace que, si no lo gestionamos bien, terminamos las fiestas deseando desaparecer en una isla desierta.
Social y culturalmente parece que Navidad tenga que agradar a todo el mundo y que tengamos que estar contentos y felices durante unos días que quizás no nos hacen ninguna gracia. Pienso en personas que están de luto, o en otras que están pasando por un momento vital difícil: ¿por qué deberían estar contentas por muy Navidad que sea? Por eso, si te resuena, te diría: RESPIRA. Respira y escúchate.
Los encuentros familiares, con personas a las que quizás nuestros niños ven poco a menudo y con quienes no tienen mucha confianza, son a veces otra fuente de tensión y estrés. El cuñado que opina, la hermana que juzga, el suegro que se mete, el tío que le pide un beso porque si no, no le dará turrones al postre… Sí, normal que a veces, Navidad te supere. Si eso que te cuento te resuena, RESPIRA. Respira ahora que lo lees, pero también si sucede, si te encuentras y si tienes que gestionar momentos tensos con tus hijos ante miradas inquisidoras que no entienden la forma en que los crías. Respira y escúchate. Estos familiares, al cabo de un rato desaparecerán, y tú seguirás con tus hijos… Por tanto, que su mirada no te impida conectar con ellos igual que haces cuando estás sola o solo. Que cuando el encuentro familiar acabe, no te arrepientas de cómo has hecho el acompañamiento… Respira y conecta.
Rebajar expectativas
Sería fantástico que mucho antes de Navidad, bajáramos expectativas y exigencias. Que nos deshiciéramos del estrés y las obligaciones absurdas y nos fijáramos en lo que es realmente importante estos días para nosotros. Que dejáramos de imaginar una Navidad ilusoramente perfecta y entendiéramos que las fiestas son como la vida, pero con unos puntos más de intensidad: por los encuentros, por la excitación de los regalos y de los dulces, por las emociones que se despiertan , por la nostalgia, etc. Que, sentados en la mesa, nos imagináramos todos los comensales con sus mochilas en la espalda: de duelos vividos, de heridas, de ilusiones y expectativas… y entendiéramos, entonces, que lo que dicen habla más de ellos que del resto. Que pudiéramos empatizar más y dejáramos de tomárnoslo todo como personal. Que nos limitáramos a disfrutar del aquí y ahora juntos. Porque quizás esto es lo único que importa en realidad: estar juntos.
Quizás no podemos cambiar cómo es Navidad, o cómo son los encuentros familiares, o cómo viven nuestros hijos las cosas, pero sí podemos cambiar cómo las vivimos, cómo nos las tomamos y desde dónde las transitamos. Y podemos decidir, que pase lo que pase, lo respiraremos para poder vivirlo con conciencia y presencia. ¡Que sea así!