Un veterinario se suicida en la misma clínica, de noche, al término de un día de trabajo especialmente duro. Sin haber intuido nada, su compañero de trabajo se encuentra al día siguiente una nota de despedida pegada a la puerta y la muerte al otro lado, que se ha tomado los mismos fármacos que administraba a los animales moribundos, para acabar con ellos .
Las estadísticas sobre suicidios son difíciles de hacer porque a menudo el suicidio se camufla explicándolo como un accidente, pero si lo relacionamos con el oficio, médicos y enfermeras siempre salen en las posiciones de mayor riesgo. Y se estima que los veterinarios tienen un índice de suicidio entre 1,5 y 3 veces mayor que el resto de personal sanitario. Según encuestas estadounidenses, los veterinarios se suicidan entre 2 y 3 veces más que la otra gente, y las veterinarias 3,5. Los motivos se pueden más o menos adivinar: el acceso fácil al veneno, la presión emocional del cliente –“Si no me salvas al perro, me moriré”; “Si no me salvas al perro, me las pagarás”–, y la práctica frecuente de la eutanasia, ligada a la empatía con el animal.
Porque es a través de la empatía que nos comunicamos con los animales, como con los bebés, y por esta empatía entendemos su dolor y en ocasiones hablamos, también, de animales que se suicidan. Tengo presente el ejemplo que pone Aristóteles de un caballo que se echó por un precipicio después de que lo hicieran copular con su madre, y los dos perros fieles que según Montaigne se echaron al fuego en el momento en que incineraban sus dueños . O los famosos atascos en grupo de ballenas y delfines, o las arañas madre que se dejan comer por los hijos recién nacidos, o las hormigas que se suicidan para salvar el nido soltando una sustancia, o las abejas que nos pellizcan y se mueren por proteger a las compañeras.
Está claro que proyectamos en los animales nuestra humanidad y que podemos explicar estos casos de forma que el suicidio quede reservado sólo a los humanos. Pero también sería una proyección humana: ¿hay algo en nuestra cabeza que no lo sea? ¿Y por qué debemos excluir a los animales? Un animal no es una persona, pero a partir de ahí yo no puedo defender que el animal no sufre, por ejemplo, o que sufre menos. ¿Que el animal no tiene un concepto del dolor y de la muerte como el nuestro? Incluso este “no tiene” escapa a nuestras posibilidades de comprensión. ¿Que el animal no entiende la muerte como yo? Tampoco la entiendo yo como él, y, de hecho, sobre qué es la muerte, ni entre dos personas nos pondríamos de acuerdo, ni seguramente nos pondríamos con nosotros mismos, y no hablemos ya de qué caramba es en el fondo uno suicidio.