17/12/2021
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La semana pasada este mismo rotativo destapaba el caso Benaiges. Decenas de testimonios relataban abusos, humillaciones y vejaciones por parte del profesor. Se desenterraban así emociones, vivencias y sentimientos silenciados durante muchos años. Benaiges, una persona de confianza (no olvidemos que el 80% de los abusos los perpetúa una persona del entorno cercano), disfrutaba de una clara situación de privilegio en las instituciones donde trabajaba.

Y es en las instituciones donde quiero poner el foco. Porque nuevamente hemos visto clubes deportivos y escuelas en un estado de nervios evidente, con movimientos erráticos y discursos y acciones claramente desenfocados. En el fondo, mucho miedo, casi diría pánico, de la organización por que su prestigio quede en entredicho, o quizás una conciencia de responsabilidad por una omisión de tanto tiempo.

Todavía son pocas las organizaciones que tienen claro que lo que hay que priorizar es el bienestar de quien ha sufrido estas violencias, y que esto va más allá de un simple comunicado de repulsa. Todavía pesa demasiado la idea de que estos casos pueden manchar las instituciones. Es uno de los mitos que ha alimentado “la ley del silencio” que se ha impuesto sobre las violencias sexuales.

Esta idea ha provocado, tradicionalmente, que se cierren filas, comunicados cargados de buenas intenciones para salir del paso, pero pocas acciones reales y efectivas. Mucha forma y poco fondo. Aquello de salir a dar un golpe de efecto, tener la foto del rechazo y que el paso del tiempo reduzca el impacto mediático. Pero en la mayor parte de casos esto no lleva a diseñar estrategias, plantear políticas o acciones de lucha contra esta lacra.

Las investigaciones que se han hecho desde la perspectiva de las organizaciones han concluido que su papel es clave para acabar con la impunidad histórica de los abusos. Porque el miedo, la negación, la omisión... tan solo llevan a la complicidad y a dar cobijo a estas violencias.

Uno de cada cinco menores sufre abusos sexuales, según la OMS. Ante esto lo que hace falta es, evidentemente, prevenirlos, pero también ofrecer el máximo apoyo y, en caso de que se detecten, denunciarlos sin ninguna brizna de duda ni de miedo. Lo que afectará o no a la imagen de la institución son las acciones presentes, pasadas y futuras. Por ejemplo, apoyar y dar credibilidad a las víctimas evidencia el compromiso y promueve la transparencia que es indispensable para la madurez de las organizaciones. Si las organizaciones ponen el énfasis en este problema, lo encaran y construyen protocolos y mecanismos eficientes para combatirlo, estarán construyendo espacios seguros, en este caso para los niños de todo el mundo. Hacer públicos estos casos ayuda a romper los silencios y a denunciar (si la aberración de la prescripción lo permite) y posiciona la organización en un compromiso claro contra los abusos.

No es desde el miedo que podremos acabar con una lacra que hoy en día todavía golpea miles de vidas, sino desde el compromiso, la responsabilidad y el convencimiento de que el silencio es tan solo el abono perfecto para las violencias. Y, a la vez, reforzaremos la madurez de las organizaciones.

Alba Alfageme es psicóloga especializada en victimología
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