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Pep Ambròs 'reventando' la gala de los Premios Gaudí.
04/02/2025
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Hace días que pienso en la aparición del Sindicato de Alquiladoras en los premios Gaudí: en un momento de la gala, un actor del público se levantaba indignado del sillón, se sacaba la americana y, enseñando la camiseta con el logo del sindicato , tomaba el control del show, en un gesto de apariencia revolucionaria. Entonces, cambiaron el atril elegante donde los premiados recogían la estatuilla por uno de cemento, de estética brutalista, eliminaron los focos de cine por unos andamios de obra y el nuevo presentador se situó de espaldas al público porque, desde casa, la platea llena de gente fuera el nuevo fondo, en un símbolo del Pueblo. Todo ello, interpelando a los políticos que, indemnes, sentaban observando el número teatral. Durante la gala, varios premiados reivindicaron el derecho a disfrutar de una vivienda digna e, incluso, espolearon a los espectadores a asistir al desahucio de Casa Orsola.

Sentado en una de las butacas de aquella platea, pensé en la entrevista de Broncano a Inés Hernand en La Revuelta: era a principios de diciembre y, apenas esa semana, el PSOE había decidido borrar la letra Q de Queer de las siglas LGTBIAQ+. Hernand comenzó la entrevista en el programa fijando una pegatina donde decía "Queer" en la mesa del presentador. La palabra prohibida por el partido que gobierna España quedaba impresa en el atrezzo del programa más visto de la televisión pública española. ¿Un triunfo? ¿Una venganza? ¿Un contraataque? ¿O tan sólo un gesto baladí?

Hay cosas que, de entrada, me parecen ridículas. Por ejemplo: que se relacione el Sindicato de Alquiladoras con un atril de hormigón armado, andamios y camisetas con logos de batalla. Cualquier acción que quiere ser disruptiva debería empezar, en mi opinión, para liberarse de los prejuicios que falsamente carga. Quiero decir: reivindicar el derecho fundamental de la vivienda no tiene nada que ver hoy con una estética soviética y de proletariado impostado. ¿Por qué quienes quieren cambiar las cosas insisten en ideas caducas, identitarias, absurdamente monolíticas? La realidad es compleja, a menudo muy difícil de comprender en términos absolutos, y también debemos decir que los que no se pueden pagar el alquiler, hoy, o los que echan de su casa, quizás tienen iPhones, visten del Shein y no pueden presumir de haber leído a Karl Marx.

Siento que, en los últimos años, después de las grandes movilizaciones históricas con las que culminó el Proceso y la lucha por el referéndum, después de la resistencia en Urquinaona, y, claro, después de la posterior persecución política, hemos convertido la protesta en una gestualización estética, en un activismo cosmético. El símbolo ha sustituido a la lucha. Ya no tenemos aquellos intelectuales orgánicos de los años sesenta y setenta que encabezaban manifestaciones, pero ahora contamos con influencers que comparten en Instagram la convocatoria de la última mani en defensa de Palestina. Creemos que hacemos activismo, pero sólo performamos el fragmento de guión que se nos deja actuar: hay, en todo, la asunción de un discurso que nos hemos tragado sin darnos cuenta, que dice que el gesto transgresor que se nos permite es éste, el del espectáculo y la performance, el del escaparate y el simulacro, y lo ejecutamos como si agitáramos la transformación, mientras los políticos nos aplauden desde platea. Y todo esto se debe, claramente, a haber asumido los discursos que criminalizan a la protesta. La protesta como hasta ahora la habíamos conocido: la de las calles, la de la resistencia pacífica, la de las huelgas generales, la de la solidaridad con causas que no son las nuestras, la de los cortes de carreteras, la de concentraciones masivas. Con todo esto, me pregunto: ¿cuántos nuevos afiliados obtuvo el Sindicato al día siguiente de los Gaudí? ¿Cuántos espectadores cambiaron de opinión respecto a la comunidad queer ¿cuándo Hernand mostró aquella pegatina en TVE?

Hay, en cambio, los efectos reales que produce la organización: Casa Orsola es un ejemplo de ello. Al primer intento de desahucio, no me pareció ver a gente que fuera llamada durante la gala de los Gaudí, sino simpatizantes del sindicato y afines. Gente que se conoce entre ellos. Es este movimiento que logró detener un segundo intento de desahucio el martes, y que ha hecho que Foment del Treball se pronuncie en defensa absoluta de la propiedad privada: en un comunicado del 3 de febrero, piden a los poderes públicos "que ayuden a los propietarios en puesto de presionarlos". Es decir: les da miedo que éste sea un precedente. No hay políticos, ahora, aplaudiendo desde ninguna platea. Algo se está haciendo bien. Y quizá tenga que ver con no sustituir el gesto por la palabra, ni el cuerpo por la imagen, ni el activismo por la performance. De hecho, quizá deberíamos preguntarnos, después de cada acción, si se ha tratado de un triunfo, de una venganza, de un contragolpe o tan sólo de otro reel de Instagram que todo el mundo olvidará en unos días.

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