Carta a la campaña electoral: La muerte de los grandes mítines
La pandemia habrá precipitado el declive de los grandes mítines, un género político que ya llevaba muchos años en la UCI, mantenido en vida de manera artificial por unos partidos que invierten mucho dinero y esfuerzo en generar durante quince días la ficción de que sus candidatos llenan teatros y pabellones por todo el país.
Atendiendo al derecho de participación política, este fin de semana podremos romper el confinamiento municipal para asistir a tantos mítines como deseemos. Pero ¿quién quiere ir a escuchar los candidatos si ya los oímos a todas horas y en todas partes? ¿Queda alguien que no sea militante o simpatizante activo de una formación política que se sienta atraído por estos actos? ¿Cuántos años debe de hacer de la última vez que una persona, después de haber asistido a un mitin, cambiara el sentido de su voto? El impacto del coronavirus acelerará un proceso que ya parecía irreversible: la muerte de los actos políticos de gran formato en campaña electoral.
Ahora que los tribunales han decidido, sí o sí, que vamos a votar el 14-F, los partidos proclaman que harán mítines sin público por responsabilidad sanitaria. O, como mucho, que solo puedan ir los del mismo municipio. Bien es verdad que se han quitado un peso de encima. Solo ellos saben cuánto cuesta llenar según qué recintos. Movilizan al personal a granel: “necesitamos trescientos que llenen el fondo de nuestra candidata, si puede ser jóvenes, si puede ser mujeres, si puede ser de tonalidades diversas de piel”; “harán falta mil para mañana al atardecer y cinco mil para el último día de campaña”.
Pero no sería justo decir que los mítines no sirven de nada. Son ejercicios de endogamia de los partidos políticos. Premian a las organizaciones locales que han sudado de lo lindo para llenar el pabellón ofreciéndoles un contacto directo con los líderes, animan a los militantes más fieles, que son los que después tendrán que arañar votos convenciendo a amigos y conocidos. Y, por encima de todo, levantan la moral de los candidatos, que ven cada anochecer teatros llenos a reventar, pero que si quieren continuar con la vanidad estimulada mejor que no se interesen por saber muchos detalles de cómo se han llenado.
La campaña del 14-F demostrará que ya no hay que alquilar el Palacio Sant Jordi, que los actos políticos de gran formato son prescindibles, y en cambio trasladará la desazón a las audiencias digitales. Empezará la batalla para ver qué partido consigue más visualizaciones de sus mítines. El viernes a las cuatro de la tarde, los actos de inicio de campaña más vistos en YouTube eran: Vox (24.199), Junts (15.762) y ERC (8.835). Los militantes quizás no se tendrán que mover de casa, pero seguirán conectados a través del ordenador.
P.D. Los primeros años después del franquismo asistir a un mitin debía de ser equiparable a participar en una manifestación. Ibas a escuchar cómo aquellos líderes a quién durante mucho tiempo habían acallado se expresaban, por fin, en libertad. En esta campaña, los actos que recuperarán aquella esencia serán aquellos en que intervengan los presos políticos.
Albert Om es periodista