EE. UU. vuelve a cambiar el mundo y Europa

Una pantalla anuncia al ganador de las elecciones a la fiesta del partido republicano, en West Palm Beach, Florida.
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Estados Unidos (EE. UU.) ha vivido en su historia del último siglo varios “golpes de volante” radicales. El nuevo mandato del presidente Trump será un volantazo igual o superior al de su primer mandato, porque ahora dispondrá de las dos cámaras legislativas –Cámara de Representantes y Senado– más el Tribunal Supremo completamente alineados con sus puntos de vista. No descarto que haga lo imposible para obtener una relectura constitucional que le permita que la norma de un máximo de ocho años en la presidencia se reinterprete como ocho años consecutivos.

En 1920, tras la presidencia de Wilson, los republicanos (muy distintos a los de ahora) arrasaron en las elecciones, dirigidos por Warren Harding. Contrariamente a la orientación internacionalista e intervencionista en los asuntos mundiales de Woodrow Wilson, Harding retiró a EE. UU. de la Liga de Naciones que Wilson había impulsado y protagonizó un giro aislacionista extremadamente intenso. La neutralidad de EE. UU. desde 1914 hasta abril de 1917 y la distancia respecto a los campos de batalla permitieron un gran enriquecimiento de todas las clases sociales. La inmigración se detuvo y los sueldos pudieron subir sostenidamente. Ese bienestar del que gozó la ola de inmigrantes que habían llegado a EE. UU. hasta 1914 creó un fuerte bloque electoral muy favorable a mantener la inmigración a mínimos, para conservar las mejoras salariales, y aumentarlas si era posible. Aislacionismo, bloqueo de la inmigración y crecimiento autocentrado aprovechando la mejora del nivel de vida interno serán rasgos que Trump querrá recuperar.

A Harding lo sucedió en 1924 Calvin Coolidge y en 1928 Herbert Hoover, los tres republicanos y claramente proempresariales. El camino libre para los negocios unido a una fiscalidad empresarial mínima alimentaron una ilusión de que todo el mundo podía hacerse rico con facilidad. La gran especulación bursátil anterior al crack de la Bolsa de Nueva York de octubre de 1929 reflejaba ese estado de espíritu, por el que todo parecía posible. La rigidez ideológica de la Reserva Federal y la diligencia republicana impidieron reaccionar ante la crisis ampliando el crédito al sector privado y facilitando la estabilidad de precios. La consecuencia fue un dominó de quiebras que arrastraron a empresas y puestos de trabajo. La única respuesta que diseñaron fue el proteccionismo arancelario: subir los aranceles a las importaciones para proteger la producción nacional. Esto permitió recuperar los precios, pero derrumbó el comercio mundial, lo que impidió que el resto del mundo pudiera comprar productos americanos y que pudiera devolver las deudas que tenía con bancos americanos. La Gran Depresión de EE. UU. se difundió en todo el mundo. Esta secuencia causal puede repetirse, empezando ahora por el incremento de los aranceles, y siguiendo por altas rentabilidades, gran especulación bursátil, inestabilidad económica y quiebras bancarias. No olvidemos que la presidencia Trump impidió que el Congreso legislara de forma rigurosa para evitar que se repitiera la crisis financiera de 2007-2008. Por el contrario, Trump protegió el modelo ultraliberal impulsado en la última presidencia de Bill Clinton, que disolvió las diferencias entre la banca comercial y la banca de inversión. Ahora estamos sobre un campo de minas que pueden explotar en cualquier momento. Las fuertes inyecciones de liquidez de los años de la pandemia y las alegrías de endeudamiento público que el nuevo presidente ya anuncia hacen temer que crisis financieras recientes puedan repetirse con gran facilidad. Y todo esto se hará con inflación alta, y no baja como Trump ha prometido.

Años veinte y primeros años treinta. He aquí lecciones y experiencias que se pueden haber olvidado. Después de cerca de medio siglo de presidencias mayoritariamente demócratas y prosindicales, en 1980 se volvió a producir otro gran volantazo que todavía dura: la revolución reaganiana. El presidente Ronald Reagan apostó a fondo por la promoción de la competencia, la destrucción del poder sindical, las rebajas fiscales y el gigantesco gasto público en armamento, fuente de innovación y liderazgo tecnológicos. El liderazgo armamentístico de EE. UU. les ahorró varias guerras y les permitió vencer, sin muertes, a la Unión Soviética. Ahora el desafío chino hará la función de la amenaza soviética durante la Guerra Fría. Elon Musk soñará con repetir todas estas políticas.

Todo esto son muy malas noticias para Europa –no por esperables menos malas–. Habrá que intensificar la colaboración dentro de la Unión Europea, ampliar la Unión allá donde proceda, reforzar la defensa común invirtiendo masivamente en tecnología punta y tomando nota de cuáles son las actuales preferencias de los electorados. Si no se hace, nadie garantizará la futura seguridad y prosperidad de los europeos.

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