La esperanza universal

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Telescopio James Webb con la primera foto del universo más lejano

Ahora que me ha tocado, como le ha tocado a tanta gente mucho antes y como parece que acabará tocando a todo el mundo, solo puedo decir que habría preferido que no fuera en pleno verano y con este calor. Las infusiones bajan mejor con el frío del invierno. Y estar en cama es más cómodo sin sudar. Pero si pensamos en todo lo que hemos vivido en estos últimos dos años y en la cantidad de gente que ha sufrido muchísimo, es evidente que lo que también nos ha tocado, en parte, es este concepto tan extraño que se llama suerte. Insisto, solo en parte. Por aquello de que la suerte siempre es relativa. La mayoría de amigos, conocidos y no saludados demuestran, con más o menos pudor, los conocimientos aprendidos en el máster de medicina que hemos hecho todas durante la pandemia. Los consejos se reducen a paracetamol y paciencia. Y diría que más paciencia que paracetamol. Lo que se hace extraño es la gente que te envía ánimos y al mismo tiempo te hace saber que lo ha pasado fatal y que todavía no se encuentra del todo bien desde hace no sé cuánto. Que ya se sabe que no ha sido igual para todo el mundo. Que no es ninguna barbaridad. Pero es como cuando alguien tiene una enfermedad grave y le comentan las personas que conoce que han muerto de aquel mismo mal. Hay personas que tienen una manera peculiar de animarte. Como las que no te pasan ni una porque no tienen sentido del humor. 

La carrera de medicina es una de las que pide una nota de corte más alta para entrar. Acabamos de saber la de este año, aunque ya lo sabíamos de hace mucho más tiempo. También hace años que sabemos que hay un problema estructural de carencia de profesionales de la medicina en nuestro país. Faltan enfermeras y médicos. Se necesitan médicos y enfermeras. Se necesitan vocaciones. La idea de hacer a los aspirantes a estudiante de medicina una prueba para demostrar sus capacidades personales y emocionales, como se hace a los maestros, no se llevará a cabo. Tampoco este tipo de pruebas te aseguran nada, si se trata de ser estrictas. Psicotécnicos. ¿Cuántos los han pasado y no los tendrían que haber ni empezado? Pues eso. Pero los exámenes mismos tampoco son el mejor invento. Como la democracia. Todo se puede mejorar. Lo que cuesta de entender, desde fuera, es cómo algunas personas pueden ejercer estas profesiones sin ningún tipo de empatía. Pero siempre cuesta de entender cómo alguien es incapaz de ponerse en la piel del otro, cuando es el otro quien sufre. Una cosa es necesitar poner distancia y la otra no mirar los ojos de la gente. Aunque todo el mundo haya mirado en algún momento hacia otro lado. Y que la santidad solo exista gracias a la ayuda de los dioses. Por cierto, nos iría bien ir descartando las religiones ahora que podemos ver un Universo que no habíamos visto nunca y que nos acerca al inicio de todo. Pero las religiones siempre tienen la excusa que verán más allá de lo que nosotros podremos fotografiar. Son demasiado buen invento. Con toda su perversidad. O justamente por eso. 

Tenemos virus que se tienen que mirar con microscopio y tenemos la nueva imagen del Universo que no podemos alcanzar, como nuestro cerebro mismo, que también se nos escapa. Tenemos las consecuencias de una pandemia que no podemos dar por acabada o de una pospandemia que se puede alargar indefinidamente. Tenemos la sensación de que no somos nada dentro de un Universo inabarcable y, a la vez, lo somos todo. Tenemos la velocidad de la luz y la humanidad que se pierde y se encuentra rápidamente en su propio Universo. Tenemos incógnitas que todavía no explican las fotografías y la esperanza, siempre, de las preguntas. Seguimos. Con paciencia y paracetamol. 

Natza Farré es periodista
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