

La campaña electoral alemana ha quedado atrapada en el debate migratorio. Desde el pasado miércoles, miles de personas en todo el país protestan contra el acuerdo parlamentario entre los democristianos de la CDU y la extrema derecha de Alternativa (AfD) por Alemania en favor de una moción para endurecer el derecho a asilo. Por primera vez en la historia de la AfD, el Bundestag aprobaba una votación con el apoyo de un partido condenado hasta ahora a un rechazo parlamentario que no les ha impedido crecer hasta convertirse en la segunda fuerza en intención de voto en las elecciones federales de fin de mes. Así es como un país inmerso en una crisis económica existencial, con un crecimiento estancado, la industria automovilística en declive y una pérdida de competitividad que arrastra a la Unión Europea, se juega su inmediato futuro con la cohesión social como primera preocupación de los alemanes.
La campaña se ha llenado de contradicciones. Vídeos falsos corren por TikTok asegurando que el todavía canciller Olaf Scholz y la líder de los Verdes, Franziska Brantner, tienen mansiones millonarias en California. Pero es el hombre más rico del mundo, Elon Musk, quien entra en directo desde Estados Unidos en el mitin de Alternativa por Alemania para apoyar a la líder de la extrema derecha, Alice Weidel. Mientras, las palabras de la excancillera, Angela Merkel, calificando de "error" haber aceptado los votos de la ultraderecha y pidiendo un debate "medido" sobre la inmigración, han quedado enterradas por una larga lista de culpas que ahora la señalan como el origen de los males que lastran Alemania, desde las insuficientes reformas económicas a la dependencia energética exterior hasta el paso adelante en la acogida de refugiados en el 2015.
La batalla ideológica de la extrema derecha va calando. La derecha conservadora, poco a poco, va comprando su agenda. También en Francia, el primer ministro centrista, François Bayrou, ha sudado para salvar los presupuestos tras unas polémicas declaraciones en las que aseguraba que los franceses se sienten "sumergidos" por la inmigración. Unas palabras celebradas por el partido de Marine Le Pen. Pero basta con mirar hacia Austria para intuir cuál puede ser el futuro inmediato de esta derecha conservadora cada vez más desdibujada. A principios de los 2000 la democracia cristiana austríaca se convirtió en el primer partido de la UE en formar una coalición de gobierno con la extrema derecha del FPÖ, el Partido de la Libertad de Jörg Haider. Ahora es la extrema derecha austríaca la que está en negociaciones con los conservadores para conseguir su apoyo a un gobierno liderado por el FPÖ.
Una extrema derecha europea cada vez más fuerte acaba de sumar un nuevo miembro a su lista particular de jefes de Estado y de gobierno de la Unión. Bart de Wever, líder de la Nueva Alianza Flamenca (NVA), se ha convertido finalmente en el nuevo primer ministro de Bélgica. De Wever, que forma parte de la familia de los Conservadores y Reformistas europeos, que encabeza la primera ministra italiana Giorgia Meloni, ha cocinado su llegada al poder a fuego lento. Cada paso al lado que ha dado durante todos estos años de crecimiento imparable de su formación lo ha ido fortaleciendo hasta llegar a ese momento. Sin que esto haya menguado, sin embargo, el apoyo electoral de la también xenófoba Vlaams Belang (Interés Flamenco), la segunda fuerza más votada en el norte del país.
A finales de semana, además, los líderes de los Patriotas, el grupo que engloba a una decena de formaciones políticas y hasta 86 eurodiputados, liderados por el primer ministro húngaro Viktor Orbán, se reunirán en Madrid, invitados por VOX, bajo el lema que, a diario, se encarga de amplificar a Elon Musk desde su cuenta en X: el MEGA (Make Europe Great Again), adoptado como eslogan de la Europa ultra que siente ganadora estos días.
En el actual Parlamento Europeo, las tres familias a la derecha del Partido Popular Europeo suman hasta 192 eurodiputados, que sumados a los 188 escaños que tiene el PPE, hacen una mayoría absoluta holgada. Las cifras y los acercamientos a los Parlamentos nacionales pueden aumentar la presión en favor de unas alianzas sin precedentes en las instituciones europeas.
Mientras Alemania se moviliza en la calle para proteger el llamado "cortafuegos" que hasta ahora había aislado a la AfD de cualquier pacto político, en Bélgica, el país originario del cordón sanitario contra la extrema derecha, la agenda antiinmigración ha dado un salto adelante.