Seguramente la fecha del 15 de junio del 2021 no quedará grabada en la memoria, pero los libros de historia recogerán que fue el día que la Comisión Europea hizo la primera emisión de deuda conjunta a largo plazo para financiar los fondos de recuperación, conocidos como Next Generation, que se tienen que empezar a distribuir ya este mes de agosto. En concreto se han captado 20.000 millones en bonos a 10 años, pero la demanda ha escalado hasta los 142.000 millones, la prueba de que Europa es considerada una inversión segura y rentable a largo plazo. En una Unión Europea a menudo falta de buenas noticias que hagan aumentar su autoestima, esta no es menor.
Precisamente por eso este martes ha comparecido en Bruselas el comisario de Presupuestos, Johannes Hahn, para remarcar que "es la transacción sindicada más grande que se ha hecho nunca por parte de las instituciones europeas". La Comisión ha emitido bonos a diez años que han tenido una muy buena acogida por parte de los inversores porque se ha captado el doble de dinero del previsto inicialmente y se han colocado con un tipo de interés de solo el 0,08%, por encima de la deuda alemana, considerada la más segura del continente (-0,25%), y mejor que la francesa (0,13%).
Este es un paso clave en el proceso de integración de la Unión Europea que ha costado más de una década, puesto que expertos y gobiernos ya pidieron que los llamados eurobonos se pusieran en marcha durante la crisis anterior (2008-2014), pero la oposición de Alemania y otros países del norte como Holanda lo impidió. En aquel momento se optó por ordenar solo el sector bancario, que es donde se inició la crisis, y en la imposición de planes de ajuste en los países del sur poniendo por delante la estabilidad presupuestaria. La crisis del covid-19, sin embargo, lo cambió todo y Alemania y Francia entendieron que sin una actuación rápida y solidaria de toda la Unión la economía europea estaba en peligro. Pactar este paso, sin embargo, supuso casi cinco días de cumbre en Bruselas ahora hace un año y algunas concesiones a los más ortodoxos.
Entre las condiciones para acceder a los fondos está la presentación de planes de recuperación por parte de los estados donde se tiene que dibujar de qué manera se quiere recuperar el equilibrio presupuestario a largo plazo. Y aquí es donde aparece una de las asignaturas pendientes de la construcción europea: la falta de una mínima integración fiscal entre los Veintisiete. Los economistas ya hace tiempo que advierten de que una moneda única y un mercado común sin una política fiscal también compartida provoca descompensaciones internas e impide a la Unión Europea actuar y responder a las crisis y desafíos globales como una única potencia económica integrada. El hecho que se permitan dentro de la Unión Europea la existencia de protoparadisos fiscales (Irlanda, Países Bajos, Luxemburgo...) que ayudan a las grandes empresas a eludir impuestos imposibilita también una recaudación más eficiente y la convergencia en términos de estado del bienestar. En este sentido, hay muchas políticas pendientes en términos de garantías de paro y la integración de mercados como el digital. Por lo tanto, se ha dado un gran paso adelante, pero quedan muchos más.