Falacia trans: una gran irresponsabilidad política

Una aula vacía.
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Mònica está desesperada. Su hermana de 13 años se ha pasado el confinamiento en la habitación haciendo amistades virtuales y acaba de exigir a la familia que dejen de dirigirse a ella por el “nombre muerto” (dead name) y le llamen Àlex. Quiere empezar la transición con testosterona y amputarse los pechos porque es un chico atrapado en un cuerpo de chica. La madre la ha llevado al psicólogo, y este, aduciendo que no es un tema de salud mental, la ha derivado inmediatamente a dos lugares: a Trànsit, la unidad de tratamiento de la identidad de género de la sanidad catalana, y al SIAD de la ciudad, el servicio de información y atención a las mujeres que teóricamente es un recurso contra la violencia de género y se financia con dinero del pacto de estado.

En la primera visita para informarse, salen de Trànsit con la receta de la testosterona y un documento de cuatro páginas. Las dos primeras dicen que todo es inocuo y reversible. Las otras dos páginas son un listado de más de 40 asociaciones catalanas de “familias trans”, subvencionadas por la Generalitat. En el SIAD le confirman la asociación que tiene más cerca y la gran ventaja de que hacen excursiones y tienen un grupo de “jóvenes trans” con encuentros online dos veces por semana.

Mònica se tira de los pelos porque ella ha estado defendiendo hasta hace poco que hay gente “trans” y que tienen “derecho a ser realmente quienes son” modificando irreversiblemente su cuerpo, a raíz de las charlas de la asociación Chrysallis, también subvencionada, en el instituto. Charlas organizadas por la profesora responsable de igualdad después de hacer un taller aparentemente sobre coeducación del departamento de Ensenyament. Ahora es consciente del proceso de captación y del fenómeno de la disforia de género de inicio rápido por contagio: tres compañeras de su hermana ahora también se llaman Àlex y “son chicos”. Una ya tiene barba, se le ha retirado la regla y está en lista de espera para amputarse los pechos. En el instituto lo han celebrado y comunicado a todo el profesorado: es un valiente y popular alumno trans. No hace falta decir que solo se relacionan entre ellas y con el grupo virtual que es su “nueva familia”. La familia de Mònica asiste a las charlas de la asociación para saber cómo se tienen que comportar para no perjudicar a su “hijo trans” y evitar que se suicide, tal como les han advertido.

Ramón y Montse son convocados a una reunión en la escuela donde sus hijos gemelos, dos niños, hacen P5. Las maestras los informan (!) de que uno de los niños probablemente es una niña. Les preguntan si en casa también le gusta hacer cosas “de niña” como disfrazarse con zapatos y vestidos de la madre, elegir ropa de color rosa o jugar preferentemente con niñas. Les aconsejan que lleven el niño a Trànsit para confirmar su identidad y estar al caso a la hora de bloquearle la pubertad con medicación antes de que se manifieste. También les dicen que busquen alguna asociación de “familias trans” para saber cómo salir adelante con la transición social, quizás preguntarle si quiere cambiar de nombre, y así evitar un sufrimiento innecesario por la incongruencia que el/la niño/a probablemente está viviendo y para el que la escuela también tiene un protocolo previsto.

Ramón y Montse se asustan al ver los estereotipos sexistas y los riesgos para la salud y el desarrollo de su hijo que las maestras presentan como parte del “acompañamiento al alumnado trans” según el protocolo del departamento de Educación. Deciden cambiar a los niños de escuela cuando leen las consecuencias que les esperan –denuncia a Inspección Educativa por situación de riesgo y desamparo– si llevan la contraria al “diagnóstico” del centro. Pero también se sienten culpables. Montse, de pasarse, quizás, dejando a sus hijos tanta libertad para explorar y para diferenciarse, sin calcular las reacciones en un entorno rígido y conservador a pesar de las apariencias. Ramón, de no haber podido pasar más tiempo con los chicos, dado que el único contrato que ha conseguido los últimos años lo obliga a hacer turnos cambiantes por la mañana, tarde y noche.

En los últimos años se ha disparado exponencialmente la incidencia de casos a medida que se ha impuesto la falacia “trans” en el ámbito de la salud, la educación y la administración pública, propagada por los medios de comunicación y el ocio audiovisual infantil y juvenil. Ya hay toda una generación de niños y jóvenes, que estaban muy sanos, mutilados y convertidos en dependientes vitalicios de tratamientos hormonales. Esto no son derechos humanos, seguid la pista del dinero. Por estas y otras razones, las feministas nos oponemos a la nueva ley trans catalana.

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