

Paseando por Barcelona, Roma, Nueva York o Singapur vemos los mismos restaurantes y las mismas tiendas de ropa y, si entramos, encontraremos la misma oferta, estemos donde estemos. El modelo de las franquicias permite un crecimiento expansivo que se basa en clonar la marca y los productos que ofrece para que los clientes puedan reconocerlo fácilmente. Ahora parece que este concepto también se está extrapolando en el terreno de la política y en la agenda mediática.
Elon Musk, el magnate estadounidense conocido por los coches Tesla, los satélites SpaceX o la red social X, parece haber ideado su propia red de franquicias políticas. El apoyo económico y mediático que da a partidos de ultraderecha de países como Alemania, Reino Unido o Suecia recuerda el modelo que se aplica a las cadenas de restaurantes y de moda de todo el mundo para ofrecer un mismo producto político, basado en los mismos discursos y presentado con el mismo populismo. Con donaciones sustanciales, campañas en las redes sociales y el control de espacios comunicativos clave, Musk promueve una agenda que no solo se alinea con posiciones conservadoras sino que también busca remodelar la escena política global con un sesgo marcadamente autoritario.
Con el control de la red X, Elon Musk ha transformado una plataforma que durante unos años parecía ser un espacio con pluralidad de opiniones en un altavoz sesgado para determinados sectores ideológicos. La decisión de restituir cuentas de ultraderecha y desplazar los algoritmos hacia contenidos que fomentan el miedo, el rechazo a la inmigración, el machismo, el negacionismo y el repliegue nacionalista ya ha tenido un impacto directo en algunos procesos electorales en Europa.
La lista se va haciendo cada vez más larga. En Alemania, por ejemplo, hemos visto cómo el partido Alternativa por Alemania ha capitalizado este escenario para ganar adeptos entre sectores desencantados con las políticas tradicionales; en Suecia, otro ejemplo claro, los Demócratas Suecos han experimentado un crecimiento meteórico, apoyados por una campaña mediática que asocia las políticas progresistas con el desorden social y la inseguridad, y en Reino Unido, Musk ha utilizado su influencia para amplificar los mensajes del Partido Reformista, sucesor del Brexit Party, reforzando las posiciones euroescépticas en un momento en el que la relación del Reino Unido con Europa acumula puntos de tensión.
Las franquicias políticas de Musk no se limitan a lo comunicativo. Sus aportaciones financieras a estos partidos y organizaciones permiten lanzar campañas con presupuestos inéditos, alterando la igualdad de oportunidades en los procesos democráticos debido al desequilibrio que genera la injerencia económica del magnate. Musk ha justificado estas acciones bajo el pretexto de defender la libertad de expresión y el libre mercado, pero la realidad muestra una intención mucho más calculada: consolidar un sistema político que favorezca a las grandes corporaciones mientras desmantela mecanismos de control democrático y servicios públicos esenciales.
Pero el gran banco de pruebas de Elon Musk es Estados Unidos. Él es la cara visible de la sala de máquinas desde donde se dirigen las proclamas de Donald Trump, que a la vez sirven para normalizar el autoritarismo en todas partes y para ayudar a difundir los discursos de ultraderecha sin complejos.
El lunes Trump asumirá de nuevo la presidencia de Estados Unidos y Musk formará parte de su gabinete para cumplir el encargo de adelgazar la administración. Bajo la bandera de la racionalización de los recursos públicos, que todos podemos compartir, lo más probable es que asistimos a un desmantelamiento sistemático de los servicios a los ciudadanos. Si pasan de las palabras a los hechos, el Estado dejará de ser el instrumento para articular las necesidades colectivas y se convertirá en una herramienta para ejercer el poder y beneficiar a las élites, lo que pone en peligro los principios fundamentales de la democracia liberal.
Ante todo ese temporal, algunos mandatarios europeos, como el presidente francés, el canciller alemán o el primer ministro belga, han empezado a expresar abiertamente su preocupación por la influencia de las injerencias de Elon Musk en la política del continente y han instado a la Comisión Europea a actuar, pero estos lamentos no se concretan en hechos. El poder económico y tecnológico, cada vez más concentrado y lejos de Europa, está tomando el control de la esfera política. Solo la reacción de la ciudadanía comprometida con los valores de la democracia puede evitar que las instituciones se conviertan en franquicias de las corrientes políticas autoritarias.