Hoy hablamos de
Donald Trump en el despacho Oval.
25/01/2025
Economista. Catedratic emèrit de la UPF i de la Barcelona GSE. President del BIST.
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El presidente Trump ha anunciado en Davos, con su característica grosería imperial, las nuevas bases de la política comercial americana con la UE: tarifas altas para inducir menos compras en la UE –y para que las empresas europeas se instalen en EEUU– y la exigencia de que no ponemos impedimentos a las empresas digitales americanas. También que –como ha dicho en otras ocasiones– le aumentamos los pedidos de gas y de defensa. La guerra comercial, pues, ha empezado.

Las políticas de tarifas son siempre un compromiso entre el mundo del consumo –perjudicado– y el mundo de la producción –beneficiado–. Un compromiso virtuoso –es decir, justificado por principios generales y no por la efectividad diferencial de los grupos de interés– es el basado en el bienestar a largo plazo de la población. Este bienestar depende del crecimiento de la productividad y puede llevar a admitir medidas protectoras, como son la clásica de la industria naciente o la más actual de pretender asegurar la resiliencia de la economía frente a situaciones de incertidumbre en la transmisión internacional de bienes y servicios, una razón tanto o más potente cuanto más reales sean las incertidumbres. Para EEUU la crisis de 2008, la cóvido y, sobre todo, la agudización del conflicto con China fueron y son factores reales. Para Europa el factor China es menos importante, pero se nos añade otro: el propio Trump.

Para EEUU la consideración de resiliencia está impulsando enormes esfuerzos por no depender de chips no producidos –o de servidores no alojados– en EEUU o en países muy controlables (¿quizá Groenlandia o Panamá?). Pero para otros productos no calificables como estratégicos la presión de los consumidores –un factor que Trump no parece tener en cuenta– moderará la política de tarifas. En cuanto a empresas, la idea de que la inaccesibilidad del mercado americano tendrá un efecto dramático sobre la instalación de empresas europeas en EE.UU. es una ingenuidad, ya que para muchas de estas empresas la competitividad se basa en diferencias de costes que quedarían anuladas con la producción en EE.UU. Otra cosa sería México si los acuerdos económicos con EEUU se mantuvieran, pero no es la posición de partida de Trump. Para aquellas empresas en las que la competitividad se basa, más que en el precio, en la calidad, en la posesión de una patente o en la marca, el incentivo a instalarse en EE.UU. ya existe ahora –menos costes de transporte– y, por tanto, el efecto adicional de un aumento de tarifas puede ser marginal.

¿Cómo va a reaccionar la UE a la agresividad de Trump? Con seguridad se tomarán medidas tarifarias, pero creo que acabarán siendo, con excepciones, un menor instrumento de la guerra comercial. Tanto por la fortaleza americana –Trump tiene margen para compensar a damnificados internos– como por la debilidad europea –¿haremos Google menos accesible porque es una empresa americana?–. En cambio, las políticas a medio y largo plazo basadas en la necesidad de resiliencia deberían ser primeras prioridades: el trumpismo debe hacernos ver, por ejemplo, que la defensa europea debe basarse en tecnología europea. Es cierto que, de momento, la americana es la mejor, pero los enemigos bélicos potenciales de Europa no son EEUU (si lo fuera, EEUU no nos vendería armas). Para el resto, incluida Rusia, podemos defendernos –si invertimos– con tecnología propia. Asimismo, la UE no debería caer en la trampa de sustituir el gas de Putin con el gas de Trump. La energía debería ser una excepción en la política moderada de tarifas que anticipo: sería bueno introducirlas si refuerzan la opción europea por las energías renovables, incluida la nuclear. Lo que también ayudaría a que Europa consolidara –con China– el liderazgo mundial en energías limpias.

La implantación del programa que acabo de describir tiene como prerrequisito que las elecciones alemanas fueran el detonante para la reconstrucción de un liderazgo franco-alemán, que, coordinado con Bruselas y apoyado por España y Polonia, se propusiera tomar el camino del fortalecimiento de Europa marcado por los informes Letta y Draghi.

Ay las, es improbable. La influencia de Trump en la UE es ya demasiado grande. Es un hecho reversible, pero todo está muy acondicionado por Ucrania, donde todos los triunfos están en sus manos. Puede humillar a Europa entregando una Ucrania exhausta a Putin o, paradójicamente –se ha dicho–, puede hacerlo defendiéndola. Si Trump libra a Europa de su responsabilidad hacia Ucrania, su peso en Europa será aún mayor. ¿Quién en la Europa del Este se fiará de Bruselas si se puede fiar de EE.UU.?

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