¿Independencia o federalización?

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Un motorista empantanegat en el barro.

Estos últimos días, la pequeña revolución que hemos visto en el partido de Junts, las dificultades crecientes que está encontrando Esquerra en su estrategia de relaciones con el gobierno de Pedro Sánchez, las inaceptables acciones de espionaje que se han sufrido, la práctica desaparición de Ciudadanos y las preocupantes perspectivas que se marcan en la derecha y la ultraderecha española permiten hacer pensar en algo parecido al inicio de una nueva etapa. O al menos suponen la necesidad de replantear muchas cosas en muchos aspectos. Si a todo esto se añade las seguras consecuencias económicas y políticas de la guerra en Ucrania, creo que hablar de "nueva etapa" no es una exageración. Quiero hablar de todo ello visto desde Catalunya y de las decisiones que hay que tomar, pero es evidente que la extensión de la mirada pasará por España y por Europa. Cojo como punto de partida de la reflexión una frase que he oído por parte de Junts y que simplifico así. "Hace pocos años decidimos «O referéndum, o referéndum» y lo hicimos en contra del Estado, pero no supimos aprovecharlo y ha sido un gran fracaso; es evidente que ahora solo podemos decidir «O independencia, o independencia» e ir hasta el final". El título ya os puede hacer pensar que no lo comparto y por eso lo quiero explicar.

1. Algunas experiencias previas. Recuerdo tres etapas del pasado y las describo muy simplemente. Los cuatro años en el ministerio, con la reconversión industrial, nos permitieron ayudar a crecer, y sobre todo hacer venir de fuera muchísimas empresas de nuevas tecnologías que aumentaron mucho el nivel de competitividad español sacando mucho más provecho de la entrada al mercado común. Una parte muy importante de las empresas se situaron en Catalunya, no porque se las forzara, sino porque les daba motivos objetivos y reales que era una buena decisión, vistas las condiciones del entorno catalán. Yo decía: "Hacer el bien para España haciendo también el bien para Catalunya". En mi etapa en la UE en los 90 seguí confirmando con gusto la gran valoración que económicamente se hacía tanto en Bruselas como Washington como Tokyo de nuestro país y de todo el Estado, y esto nos permitía un buen desarrollo. Entrados ya en el siglo actual, participé muy activamente en la preparación del llamado “pacto fiscal”, convencido de que el progresivo desarrollo de la Constitución española que se había pactado en la Transición no se había cumplido, y que el fiscal era el aspecto más urgente. El pacto no salió adelante, y el nuevo estatuto refrendado por los catalanes fue recortado, y de todo esto surgió el movimiento independentista, que respeto plenamente y al cual apoyo en muchos aspectos, pero que creo que se está enfocando equivocadamente. Me explico.

2. Seguridades sobre la independencia. He dicho muchas veces que el independentismo tiene bases emocionales, culturales, económicas y políticas, y que me identifico plenamente en las dos primeras, pero que tengo dudas serias con las otras dos. Lo que hemos vivido estos últimos 5 años, tanto aquí como en Europa, me las ha reforzado.

Lo resumo con dos frases: no estoy seguro de que los estados nación que conocemos actualmente, y que quiere el independentismo, sean la mejor forma de organización para el siglo XXI. Y estoy seguro, tal como ya expliqué hace tiempo, que la estrategia que se ha seguido, y que se dice que se quiere volver a seguir, es muy difícil que nos lleve a buen fin, y en tal caso nos podría dejar peor que antes.

Digo lo primero porque veo que el papel económico y político que han podido jugar los estados medianos o pequeños durante el periodo industrial se está volviendo residual, y harán falta agrupaciones de países mucho más amplias, de carácter plurinacional, que puedan hacer frente a las grandes potencias económicas y tecnológicas. Por lo tanto, me resulta dudoso defender o recomendar la creación de nuevos estados, todavía más pequeños.

Respecto a la segunda frase, y es lo más importante, creo que la actual estrategia tiene una buena parte de utópica. Exigir de manera irrenunciable la separación del Estado es buscar una cosa que al Estado le costará mucho aceptar, e incluso es comprensible. Tal como hemos oído decir muchas veces, desde un punto de vista económico, Catalunya es un gran motor de España, una parte muy importante de su PIB, y la sede de dos grandes recursos de comercio internacional (industria avanzada y turismo). También está bastante claro que a la UE no le haría ninguna gracia que Catalunya saliera de ella, y es bastante claro que no sería fácil volver si España se opusiera. La utopía nace del hecho de que con esta carencia de aliados Catalunya no tiene suficiente instrumentos para conseguirlo por la fuerza.

Nuestra situación actual es peor que la que teníamos hace cinco años, en parte porque la preocupación por el Procés no nos ha permitido dedicar suficiente tiempo a los problemas del día a día, y en parte porque las perspectivas de querer marchar han acentuado durante estos años un cierto maltrato, ya existente, por parte del Estado. No tenemos que renunciar a nada, pero es absolutamente imprescindible que se inicie un nuevo proceso, a partir de una mayoría más amplia que la que ahora tiene el independentismo, y con una voluntad negociadora que lleve a un objetivo que pueda ser consensuado y pueda contar con aliados en todo Europa. No hay que decir que yo estoy a favor de una solución que acepte la plurinacionalidad y que elabore una Constitución de carácter federal.

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