En la intimidad no hay banderas

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El nosotros era la tribu en el sentido clásico del término, nada menos

Siento un rechazo casi visceral ante cualquier generalización sobre grupos, colectivos, culturas o países. Haberme visto desde muy pronto incluida en descripciones con las que no me sentía nada identificada, metida en el saco del “vosotros” sin tener muy claro qué quería decir exactamente ese conjunto cerrado, me ha vacunado contra esta forma de medir el mundo porque enseguida veo el peligro de los esencialismos. Cuando decimos que los unos son así, y los otros asá, yo ya desconfío. Encontraréis tantos individuos que responden a las características atribuidas al grupo como otros que no cumplen ninguna. Y sin embargo... sin embargo a veces tengo mis dudas.

Los pueblos, los países, los grupos humanos con una misma cultura son, como las personas, fruto de múltiples factores entre los que está la influencia de entorno, las circunstancias históricas y la forma en que se han ido distribuyendo y organizando las masas. También veo que hay colectivos que se han ocupado y preocupado más de definirse y establecer sus rasgos diferenciadores. En casa, de pequeña, mi padre nos decía “Nosotros estas cosas no las hacemos, no somos como los demás” y yo tenía que esforzarme en entender exactamente a qué hacían referencia su “nosotros” y su “demás” ”. No éramos "nosotros los marroquíes" porque a los arabófonos los consideraba demasiado relajados en sus costumbres, casi unos "cristianos", que era una alteridad muy clara que debíamos rechazar. Quizás era “nosotros, los rifeños”, pero nunca oí, ni en casa de los abuelos maternos ni paternos, ninguna referencia explícita a esta adscripción geográfica. De hecho, el concepto dominante del “nosotros” empleado se acercaba más al tipo de organización que había regido la sociedad de esta parte de Marruecos hasta que la colonización (primero española y después de Hassan II) la trastocó para siempre: el nosotros era la tribu en el sentido clásico del término, nada menos. Y a partir de ahí puedo entender muchas desconfianzas, muchas prevenciones hacia el vecino. La frontera que tenía en mente mi padre no era nacional, religiosa, lingüística o cultural, estaba hecha por una compleja red de filiaciones y parentescos que establecían cuáles eran de los nuestros y cuáles no. En cualquier caso, volviendo a los estereotipos, a los rifeños siempre nos han dicho que somos muy rebeldes, pero cuando descubrimos las circunstancias históricas que han asolado la región, las diferentes colonizaciones y represiones, podemos entender que nuestros antepasados no pudieran ser otra cosa que rebeldes . ¿O tenían que conformarse con ser explotados por extranjeros?

Pero en Catalunya no hay tribus y, en cambio, también me ha resultado difícil entender qué es y qué deja de ser un catalán. Ahora que somos ocho millones con conexiones (y raíces) no solo con otros sitios de la Península sino del mundo entero, que alguien me diga qué es un catalán. Y, en cambio, sabemos que existen, los catalanes, se puede ver a muchos yendo por la calle. Yo incluso tengo uno en casa con el que he engendrado a una criatura que también es catalana, aunque no sabría encontrarle ningún rasgo físico o de personalidad que pudiera responder a esta definición.

No sabemos qué significa ser catalán pero nos presentamos como tales y escribimos sobre la catalanidad. Leo Una familia, el libro en el que Toni Sala nos regala un retrato de sus parientes más cercanos. El abuelo Isern podría responder al estereotipo de catalán ahorrador y comerciante, su nieto reflexiona en algún momento sobre esa identidad. Es casi imposible no hacerlo, pero lo que me ocurre como lectora es que cuando Sala me abre las puertas a la intimidad de este hombre particular, ya no sé ver los tópicos, solo puedo observar la complejidad que caracteriza a cualquier ser humano y que ninguna nacionalidad ni bandera ni etiqueta podrán reflejar nunca con precisión ajustada.

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