En el monólogo teatral Acorar, una pieza que se ha convertido en un clásico, Toni Gomila dice que "es la palabra, se alma de un pueblo". Lo dice en general, porque la lengua nos representa, pero también se refiere a las palabras específicas que son el testigo simbólico de algunas de nuestras particularidades como pueblo. La lengua es una parte importantísima de nuestra cultura, y nos preocupa mucho sentir que en cada colada perdemos una sábana, pero los elementos que conforman la nuestra. imaginario –es decir, nuestros personajes, costumbres, hechos, talante, lugares o las posibilidades y alternativas que podamos idear– también son un bien patrimonial que merece ser preservado Y, mira por dónde, algunos de los que mejor conocen a los nuestros imaginarios son los que se dedican a estudiar la literatura catalana (la asignatura que las instituciones pretendían arrinconar aún más en el bachillerato el próximo año).
Más de un profesor de secundaria me ha explicado que cuando pide a los estudiantes que hagan un texto narrativo de tema libre, hay muchos que eligen contar historias que pasan en Nueva York o Los Ángeles y que protagonizan personajes que se llaman Hazel, Patrick, Archie o Sophie. Es cierto que existe un tipo de globalización cultural que existe desde hace milenios, pero en el último siglo nuestros imaginarios han sufrido una colonización radical. El proceso comenzó en las salas de cine: desde 1910 las películas estadounidenses han tendido a ser mayoría en los cines de Europa. Ya en el siglo XXI, después de haber pasado por el estadio de la televisión lineal y los videoclubes, las ficciones serializadas y la oferta cinematográfica de Estados Unidos continúan el proceso de homogeneización ideológica a través del imperio de las plataformas digitales . Existe una parte de este proceso de globalización cultural que es inesquivable y que forma parte de la evolución cognitiva y tecnológica de nuestra especie. Pero esto no quita que no tengamos que pensar cuál es, y cuál podría ser, el papel de la sociedad catalana en ese proceso.
A través de la reiteración, los componentes de las estructuras narrativas se aseguran un sitio en nuestro ideario. Y una vez que los tenemos bien arraigados, los reproducimos de manera inconsciente. En 1992, en una conferencia en Oxford que fue todo un ejercicio de humildad, Ursula K. Le Guin reconoció que la inercia narrativa le había conducido a crear un héroe-mago –y ninguna mujer protagonista con entidad suficiente– para los primeros libros de la serie Terramar.Y como sus libros parece que influenciaron JK Rowling, la figura de héroe-escogido hizo una reavivada estelar, mientras que el papel de heroína protagonista en un relato de alta fantasía no acababa de llegar. Es un hecho, las ideas se agarran a la mente, cuesta mucho deshacerse de ella. Teniendo clara cuál es la realidad del imaginario de los jóvenes, la noche que se inauguraba la temporada 2024-25 del TNC no me sorprendió que, en vez de una zapatería, en el escenario apareciera una SHOE SHOP. No me sorprendió por completo, pero un poco sí. La mayor parte de la compañía venía de hacer unos cuantos musicales seguidos de la factoría Broadway/Hollywood y después deAlma todavía volverían a hacer otro musical estadounidense. La lógica apuntaba a que, teniendo los recursos para crear uno nuevo, quisieran huir de esos imaginarios. Pero la lógica fue por otra parte. Sin embargo, era una noche de celebración, el TNC había respondido a las reivindicaciones del sector teatral de los musicales y de parte de la crítica. El talento en el escenario era indiscutible (mención especial para Diana Roig) y la solvencia creativa también. Pero mientras veía la historia de la chica que luchaba por ser dibujante de Disney, no podía evitar pensar en las dificultades de las pintoras catalanas del Modernismo. Carme Karr escribió muchos artículos sobre este tema en la revista Feminal (1907-1917), una publicación que, entre otras cosas, reivindicaba las obras de escritoras e ilustradoras. A veces nos olvidamos que la épica es sólo una cuestión de perspectiva, porque habrá pocos imaginarios más estallantemente creativos, glamurosos, luminosos y al mismo tiempo jugosamente oscuros en este planeta que el del Modernismo catalán (es más, el talento para los musicales del nuestro país se explica, en parte, por el legado de los Cors Clavé).
Hace aproximadamente 50.000 años nos convirtimos en una especie simbólica. La mayor parte de lo que hemos construido lo hemos construido a través de nuestra capacidad para crear relatos. A pesar de este hecho irrefutable, existe una tendencia progresiva a menospreciar las disciplinas que estudian la historia de las ideas. Al parecer, no necesitamos reflexionar de dónde salen, qué esconden en el hueso, cómo se crean, cómo se transmiten, cómo nos pueden someter sin que ni siquiera nos demos cuenta. Justo en el momento en que la ficción toma todo de nuevas formas, justo en el momento en que empieza a ser muy difícil distinguir lo ficticio de lo que no, Enseñanza pretendía que la única asignatura dedicada al análisis y la evolución de la ficción fuera una optativa que no ponderara a las PAU. Parecía una decisión tan inadecuada que cualquiera diría que la había tomado un procesador de lenguaje maléfico e interesado: no es necesario que aprenda cómo se estructura un relato (la realidad), permítame que se lo explique yo.