

La consellera de Educació ha dado marcha atrás y ha prometido que la literatura catalana y la castellana no serán optativas a bachillerato, como decía ayer por la mañana el ministerio. Qué grave, ostras. Ya me lo había hecho a la idea. Me parecía luminoso que un alumno del bachillerato humanístico pudiera graduarse haciendo la misma literatura que sus colegas del científico. No tenía sentido, pero es que tampoco tiene sentido unificar la física y la química, ni tiene sentido que un alumno que suspende en junio, tres días después ya pueda realizar un examen de recuperación donde (seguramente) será aprobado. Y así, sus padres –clientes, no usuarios– podrán tener la fiesta en paz.
Que las lecturas de bachillerato sean obligatorias tiene –o tenía– una función: conseguir que todo el mundo pase por esta vida habiendo leído –obligado, claro– algo más que las instrucciones de un champú. Yo hasta ahora lo veía bien, al igual que veo bien que se obligue a alguien que se está formando a comer verdura, hacer deporte o ducharse. Pero ahora ya soy otra. Puede pasarse por esta vida sin leer. Por supuesto. De hecho, con la música ya ocurre. Como no es obligatoria, alguien puede morirse sin haber escuchado nunca a Bach, Beethoven, los Beatles o Bowie. Y no es menos infeliz, ni es mejor persona. Enséñeles a ducharse, y no cosas inútiles como el arte. El arte no es competencial.
Y si no hace falta leer ficción, que creo que no, no hace falta saber hacer redacciones, y por tanto no hace falta que la lectura y la escritura sean obligatorias. No hace falta saber leer y escribir. Ahora se pueden enviar notas de voz. Dice que los chicos se traumatizan haciendo letra atada. Que no lo hagan. Si queremos ficción, ya tenemos las series.