Me fascina la velocidad con la que se extienden las sentencias firmes cuando hace pocos minutos que se conoce una noticia. A finales de enero, El País publicaba el testimonio de tres mujeres que denunciaban haber sufrido violencia sexual por parte del cineasta Carlos Vermut. Cuarenta y ocho horas después, con motivo de los premios Feroz, el diario destacaba el silencio de buena parte del mundo audiovisual sobre el asunto, y durante los días posteriores llegaron unos posicionamientos que, sobre todo, ponían el foco en la importancia de apoyar a las víctimas, de ahuyentar los abusos de poder, de evitar la criminalización o el cuestionamiento de la víctima incluso cuando la denuncia llega al cabo de mucho tiempo. No puedo estar más a favor de estos pronunciamientos, que nos hermanan con los principios sobre los que se edificó el Me Too.
A veces, sin embargo, me pregunto si al desplazar la ficha del "no es no" al "solo sí es sí" nos hemos cargado el "no lo sé", un reducto de humildad y de impotencia en medio de tanta certeza. Y ya no hablo de sexo: en las redes y en la vida también tendemos a una dicotomización de "sí o no" que a menudo margina o connota negativamente la ignorancia silenciosa. Evidentemente, quiero dejar muy claro que este artículo pretende ser una simple reflexión, ni aleccionadora ni concluyente, y que lo que en él se plantea (eso es importante) nada tiene que ver con los casos de abuso y violación lamentablemente incontestables como, por ejemplo, el de Dani Alves.
Así pues, volviendo al caso Vermut (que sí puede servir para ilustrar las reflexiones que comentaba), habiendo leído el reportaje entero de El País, pienso que el hecho de considerar que a veces no se tienen datos suficientes para condenar a una persona no es necesariamente relativismo, ni tibieza, ni machismo, ni protección del agresor: tal vez solo sea la verbalización (seguramente empapada de frustración) de un desconocimiento demasiado flagrante de los hechos como para emitir un veredicto. Creo que el Me Too, en este sentido, cometió un error importante: puso mucho énfasis en los actos de fe; en la proliferación de unos "yo te creo" que, por bienintencionados y compensatorios que fueran, seguían perpetuando una forma de arbitrariedad en la que la intuición, la percepción y el prejuicio eran aceptados.
En cuanto a las acusaciones contra Vermut, al leerlas me revolvieron el estómago. Empaticé con la incomodidad de esas mujeres y pensé en las veces en las que yo misma me he sentido condicionada o presionada a hacer cosas que no quería hacer. También me pregunté cuántas relaciones sexoafectivas deben de basarse en la asimetría o en una atracción por el estatus (económico, social, artístico) que ocupa la otra persona, y cuántas personas deben de morir sin plantearse si su relación nace de una dependencia unilateral o recíproca. Reflexioné sobre los matices conceptuales que separan el no consentimiento del arrepentimiento: si hoy me arrepiento de algo que hice hace cinco años, ¿qué mecanismos mentales y emocionales serán lo suficientemente fríos como para garantizar un revisionismo aséptico, honesto, limpio, de qué quería y sentía entonces? ¿Qué diferencia significativa existe entre lamentar lo que ocurrió hace dos horas o hace tres décadas o considerar, ahora y aquí, que hace dos horas o hace tres décadas, mientras ocurría, ya no quería?
¿Es posible que, así como podemos dudar entre si alguien nos desea o nos rechaza (la típica tensión sexual en las series), no siempre sea fácil detectar el deseo, a menos que se exprese de forma explícita? ¿Es incluso posible que alguien desee mucho y no sea capaz de ser explícito, o que no desee nada y no sea capaz de ser explícito? ¿Es legítimo esperar a que el otro perciba nuestro deseo o no-deseo sin necesidad de ser explícitos? ¿Es probable que todos hagamos cosas por presión social o por miedo al rechazo que implicará no hacerlas (tomar drogas, beber o hacer bullying durante la adolescencia para no ser marginado, hacer sexo con alguien para satisfacer las expectativas de una persona que idolatramos) y que no nos gusten mientras las hacemos?
¿Es el sexo violento condenable si se hace desde el consentimiento? ¿Las filias rarísimas son condenables si se materializan en la ficción? ¿Tiene algún sentido que la industria del cine todavía arrastre tantos automatismos patriarcales? ¿Es positivo que algunos casos (de abusos, de corrupción) se hayan destapado gracias a la prensa? ¿Es deseable que la prensa se convierta en un juzgado paralelo? ¿Y es viable responder "no lo sé" a algunas de estas preguntas y salir indemne?
No lo sé.