La vacunación ha demostrado ser efectiva en la prevención de las enfermedades infecciosas a lo largo de la historia de la humanidad: ha llevado a la erradicación de la viruela y ha bajado la incidencia a la mínima expresión de enfermedades con unas mortalidades elevadas como el sarampión y la rubeola, entre otras muchas. No hay ninguna duda de que las vacunas son una herramienta indispensable para el mantenimiento de la salud pública. Pero, ¿qué es una vacuna?
Una vacuna es una preparación farmacológica destinada a generar inmunidad, es decir, estimula nuestro sistema inmunitario para que sea capaz de generar los anticuerpos o las defensas necesarias para combatir una enfermedad. Esta preparación farmacológica puede ser desarrollada a partir de un fragmento del agente infeccioso o bien estar basada en la utilización del agente infeccioso completo, sea inactivado o atenuado. Para la vacuna del covid-19, y gracias a los adelantos en biología molecular e ingeniería genética, se ha podido utilizar una nueva tecnología: la del ácido ribonucleico mensajero (ARNm).
¿Y qué es el ARNm? Uno de los dogmas de la genética y de la biología es que a partir del material genético (ADN) se forma una molécula intermedia y la única capaz de entender y expresar la información de nuestro material genético, el ARNm. Este ARNm será traducido y formará una proteína. Las proteínas son las encargadas de hacer las funciones celulares y de mantener la homeostasis y el funcionamiento correcto del individuo.
Las vacunas desarrolladas por Pfizer-BioNTech y por Moderna se basan en la utilización del ARNm que codifica una proteína que recubre el virus. Este ARNm está envuelto con una sustancia lipídica que le permitirá entrar en nuestras células. Dentro de la célula liberará el ARNm y, utilizando la maquinaria celular, se podrá sintetizar la proteína del envoltorio vírico. Esta proteína será reconocida como “agente extraño” a nuestro cuerpo y activará el sistema inmunitario para eliminarla. Este primer contacto con esta proteína permitirá sintetizar los anticuerpos denominados "de memoria" y que serán los que nos protegerán ante futuras posibles infecciones con este virus. En otras palabras, la vacuna hará que el virus sea neutralizado antes de que pueda crecer dentro nuestro y, por lo tanto, ni desarrollaremos la enfermedad, ni seremos transmisores, debido a la disminución del número de virus en nuestro organismo. Se ha demostrado que las dos vacunas son eficaces, es decir, que previenen el desarrollo del covid-19 en un 95% y 94,1% de los casos, respectivamente, y sin provocar efectos secundarios importantes. Además, recientemente Moderna publicó que su vacuna es eficaz con algunas de las nuevas variantes, como la del Reino Unido o la de Suráfrica. Es una excelente noticia.
Aun así, las dos vacunas presentan incógnitas por resolver. Entre otros, la duración de esta inmunidad. Pero esto no las hace inseguras ni ineficaces. En estas últimas semanas se han sentido todo tipo de afirmaciones poco cuidadosas en cuanto a los efectos de estas vacunas que hay que desmentir. Como por ejemplo que te modifican el material genético, o que las prisas las hacen inseguras. Y me explico. Esta tecnología es imposible que te modifique el material genético. El ARNm no se puede integrar en tu genoma, y por lo tanto, o bien producirá la proteína vírica o bien se eliminará rápidamente. Tampoco se han demostrado inseguras, puesto que han pasado todos los protocolos de validación. Más bien son un ejemplo claro de lo que se puede llegar a conseguir cuando se dispone de los recursos tanto humanos como financieros con un objetivo común.
Socialmente, el hecho de ser una tecnología nueva está causando un cierto recelo. Algunos parecen más favorables a la vacuna de Oxford/AstraZeneca porque hace uso de una tecnología ya testada previamente. Esta vacuna utiliza ARNm encapsulado en un vector viral, al cual se le ha quitado la capacidad patogénica, en lugar del envoltorio de grasa. Aun así, es menos eficaz (62%) que las dos anteriores, pero es más económica y se puede almacenar más fácilmente. La vacuna de Oxford/AstraZeneca no se aprobó hasta el viernes. Más allá de los rifirrafes por el retraso del suministro a los países de la Unión Europea, se ha dicho que no se recomienda utilizar esta vacuna para mayores de 65 años. La Agencia Europea de Medicamentos considera que se ha testado poco en esta población y que son necesarias más pruebas para aconsejarla en este colectivo. Esta afirmación más que preocuparnos nos tendría que hacer ver que las agencias reguladoras no están aprobando a diestro y siniestro y que no hay prisa que valga cuando se trata de seguir los protocolos de seguridad y eficacia.
Lo que es relevante es que la comunidad científica está trabajando para darnos el mayor número de vacunas posible. Cuantas más haya, mejor. Hay que tener en cuenta que se tiene que vacunar a toda la población mundial. Todas las vacunas están pasando por el rigor del método científico con los ensayos clínicos correspondientes. Como sociedad tenemos que estar preparados para vacunarnos una vez recibamos el permiso de las autoridades sanitarias. No vale decir que se vacunen los otros primero. Necesitamos disminuir la circulación del virus y esto solo se conseguirá con la mayoría de la población vacunada. Es un reto mayúsculo y la solidaridad tendría que pasar por delante todo y sin excusas. Confiamos en la ciencia y, sobre todo, ¡todo el mundo a vacunarse!
Núria Coll-Bonfill es investigadora en la Saint Louis University School of Medicine