El optimismo revolucionario de Chesterton

GK Chesterton
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Este año se ha conmemorado el 150 aniversario del nacimiento del ensayista inglés Gilbert K. Chesterton (1874-1936), aunque aquí lamentablemente se ha celebrado poco, vista la relación que había tenido con la intelectualidad catalana. Chesterton, el gran maestro de la paradoja, tiene sentencias tan buenas como ésta, de mucho antes de que nosotros descubriéramos que vivimos en tiempos, más que líquidos, licuados: "La tolerancia es la virtud de quienes no tienen convicciones". Para pensar en ello, ¿verdad?

Quizás para una época que estamos dejando en manos de quienes se autodenominan influencers sería aún más oportuno ese otro pensamiento de Chesterton: "Detesto que me influyan. Me gusta que me manden o ser libre. En ambos casos, mi alma puede representar un papel claro y consciente: cuando soy libre puedo estar para alguna cosa que realmente sea de mi gusto y no para algo para lo que me persuadan a fingir que es de mi gusto; y cuando se me manda debe ser para algo que conozca, como los diez mandamientos. persuasión siempre me ha parecido un enemigo oculto. [...] Detesto las tendencias, y me gusta saber adónde voy e ir, o negarme". No es extraño que influir derive del latín fluere, con el sentido de "manar un líquido", "escolarse", y que en una sociedad líquida toleramos que nuestra comprensión del mundo se escoja a chorro entre tiktoks deinfluencers!

Pero la frase de Chesterton que justifica este artículo es otra. "La persona que realmente se subleva es el optimista, que generalmente vive y muere en un esfuerzo desesperado y suicida por persuadir a los demás de que son buena gente" (The defendiendo, 1902). Vale: es una frase escrita por alguien que es considerado un católico conservador. Sin embargo, la gracia es que coincide, casi literalmente, con la del cineasta británico de izquierda radical Ken Loach, que a raíz de su última película, The old oak (2023), declaró que "el optimismo es progresista" y que "cuando la gente pierde la esperanza, vota fascismo". Chesterton y Loach, desde perspectivas ideológicas contrapuestas, y por si fuera poco a cien años de distancia uno de otro, combaten el pesimismo y la desesperanza porque saben que estas actitudes, con la apariencia de ser críticas, en realidad son desalentadoras, disuasivas y alimentan el cinismo.

Entiendo que combatir el pesimismo en este final del primer cuarto de siglo XXI puede parecer una empresa no sólo inútil, sino absurda. Pero, en primer lugar, cabe decir que el pesimismo no se explica sólo por las actuales circunstancias. Seguro que todavía podríamos ir más lejos, pero podemos recordar que John Stuart Mill en su autobiografía publicada en 1873, hace 150 años, escribía: "He observado que quien es admirado por mucha gente como sabio no es quien mantiene el esperanza frente a quienes se desesperan, sino quien pierde la esperanza frente a quienes la conservan". Exactamente como ahora. Y en segundo lugar, si bien el momento presente no invita a demasiadas alegrías, visto con algo de perspectiva hay razones para confiar en el futuro. Los progresos científicos no cesan y siguen proporcionando buenas respuestas a los problemas que se plantean, sean sanitarios o medioambientales; la capacidad de reacción de la humanidad en momentos extremos se constata en todas partes, y la conciencia sobre lo imperioso que es respetar los derechos humanos va creciendo, y es precisamente porque existe esa conciencia mayor que cada día se denuncia más su vulneración, sin que quiera decir que se respeten menos.

El análisis de las fuentes del pesimismo, más acentuado cuanto más acomodado es quien es portador, es un trabajo urgente. Hay obras que de forma fundamentada ya han contribuido a ello. The rational optimist, de Matt Ridley (2011); Enlightment now, de Steven Pinker, o Factfulness, de Hans Rosling (ambos de 2018), son ejemplos. Pero, además, cada día se demuestra de forma más clara que, como señala Ken Loach, el crecimiento de las ideologías autoritarias, populistas e incluso fascistas está inequívocamente relacionado con la desconfianza y la desesperanza, que se alimentan de un profundo pesimismo cultural. Era Chesterton quien también había sentenciado: "Pienso que el pesimismo sincero es un pecado imperdonable".

En definitiva, es el pesimismo el que convierte a la crítica en un lamento inútil, y es el optimismo el que pone la crítica al servicio de la esperanza en un mundo mejor. Y si ahora vivimos tiempos verdaderamente difíciles, en el plano de la política internacional, en el terreno de nuestra supervivencia como nación ya menudo también en el ámbito de nuestras experiencias más personales, tengamos presente un último pensamiento de Chesterton: "Sólo es gracias a quienes perseveran cuando todo parece perdido que la esperanza vuelve a brillar".

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