PISA nos desnuda

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Un alumno catalán realizando ejercicios de matemáticas.

Soy a juicio que, casi más que los resultados del informe PISA, merecen atención las reacciones y comentarios que ha provocado, en la mayor parte de casos, sin haber tenido tiempo de analizarlo a fondo. Ciertamente doscientas sesenta páginas de alta dificultad metodológica y conceptual son muchas. Pero poder reducir toda la complejidad de un sistema escolar a una cifra para ajustar cuentas es muy tentador. Todo el mundo ha podido barrer sus prejuicios hacia casa. De modo que una recopilación exhaustiva de las reacciones sería tanto o más ilustrativa de los problemas de nuestro sistema escolar, más que los mismos resultados de PISA.

Por poner algunos ejemplos, podríamos empezar por ver las reacciones en los países vecinos. La revista francesa Marianne titulaba “El crash de la escuela francesa” y Le Figaro, “Un hundimiento histórico”. En la prensa alemana los términos eran catástrofe, conmoción, choque, desastre... No demasiado diferentes del “Catalunya se desploma” de aquí. Y es una comparación elemental entre países que contextualiza mejor PISA y lo desdramatiza. ¿Se ha dicho ya que la variación de rendimiento en matemáticas entre el 2012 y el 2022, en Alemania ha descendido 39 puntos (en España 11 y en Catalunya, 24)? ¿Sabemos que en lectura, en diez años, Países Bajos han perdido 52 puntos, Catalunya 38 y la admirada Finlandia, 34? No es un consuelo, pero reafirma la idea que defendí hace pocas semanas aquí mismo.

También es pertinente observar las dificultades que la corrección política ha impuesto a los comentarios sobre los resultados de PISA. Así, el informe bastante hace comparaciones entre lo que llama “nativos” e “inmigrantes”. Pero aquí la imposibilidad de hablar abiertamente obliga al uso de términos eufemísticos como “recién llegados”, oa hablar de “niños vulnerables”. La confusión entre personas nacidas fuera de España, en el “resto” de España, las extranjeras que no cuentan porque se han nacionalizado, las que son nacidas aquí pero de padres extranjeros, y sin diferenciar lenguas de origen, complica cualquier análisis. Una investigación de A. Domingo y A. Bayona del Centro de Estudios Demográficos que estudiaba la tasa de fracaso escolar en la escuela pública –curso 2015-2016– comparaba alumnos nacidos en el extranjero que habían llegado a Cataluña con más de siete años con los que en tenían menos de siete o que, habiendo nacido aquí, eran hijos de dos padres extranjeros. En el segundo grupo, la reducción del fracaso era ya de casi el 50%. Entonces, ¿por qué ocultar el impacto del hecho migratorio?

Hay quien ha hecho hincapié en la cuestión muy relevante de las metodologías docentes. Pero aquí sólo puedo señalar la sobreideologización de los contenidos escolares. Primero, porque prestan atención a los aprendizajes básicos, que, precisamente, son los que evalúa PISA. Pero más aún porque no creo en la eficacia de las pretensiones adoctrinadoras de la escuela. Si no funcionó el adoctrinamiento católico y franquista a nuestra generación en una sociedad muy homogénea, ¿por qué debería hacerlo ahora con las ideologías de moda? Qué eficacia puede tener la educación sexual y la difusión de las ideologías de género cuando los adolescentes son empujados de forma imparable hacia la pornografía a través de los móviles o están inmersos en la hipersexualización generalizada –en los modelos más convencionales– de la programación de los medios privados y públicos o en la cultura del ocio?

Finalmente, con razón, se ha hablado mucho de la calidad de la formación de los maestros, de financiación o de ratios en las aulas, aunque sin considerar si para reducirlas deben incorporarse miles de docentes inexpertos de una bocanada. Y claro, han aparecido los habituales prejuicios sobre la escuela pública y la privada. Sin embargo, a la hora de cargar las responsabilidades al gobierno, que tiene y muchas, suele ocultarse la relativa capacidad real que tiene para reordenar el sistema escolar. El exceso de voluntad normativizadora dictando nuevas leyes y el abuso burocratizador que sufre la enseñanza son precisamente la manifestación de esa impotencia de la administración pública. Una debilidad que se pretende disimular creando unos controles que dan tanto trabajo como son fáciles de falsear. Pasar una responsabilidad que es de larguísima cocción, casi de civilización –cultural, tecnológica, demográfica...– en el último consejero del ramo, en una pandemia o en las restricciones de la última crisis económica global es mala fe. Que nadie se engañe: se ha llegado a un punto de desbarajuste en el que las autoridades educativas tendrán poco margen para encarar un desafío en un terreno donde se es más propenso a repartir culpas que a asumir responsabilidades.

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