

El domingo cumplió 87 años quelos nacionalesentraban en una Barcelona bombardeada y hambrienta mientras por el otro extremo de la Diagonal se escapaban cientos de miles de personas hacia el exilio. Ayer cumplió 80 años de la liberación del campo nazi de Auschwitz donde fueron exterminadas hacia un millón de personas, judíos la inmensa mayoría, y en las últimas horas más de medio millón de palestinos está regresando a Gaza después de que el ejército de Israel haya pulverizado la Franja y haya matado a más de 45.000 personas. Mientras, el presidente de Estados Unidos explica que quiere enviar a los supervivientes a Egipto ya Jordania para "hacer limpieza" de la Franja.
El pasado y el presente se asemejan demasiado peligrosamente. De los horrores de la Segunda Guerra Mundial surgió la Declaración de Derechos Humanos, que tenía tanto confesión de culpa por los delitos contra la humanidad y la capacidad destructiva nunca vista de las armas como de propósito de enmienda. Todas esas flores parecen marchitarse y hoy volvemos a ver el mundo convertido en un teatro de operaciones, con migraciones masivas del hemisferio sur hacia el norte y estallidos de guerra regionales en los que las personas son escudos humanos y hay momentos en que los vivos envidian a los muertos.
Los horrores de nuestra Guerra Civil nos han quedado siempre lejos, allí, en blanco y negro, pero la persistencia de la guerra contra la población civil y el nuevo tono amenazante de las relaciones internacionales deben hacernos pensar que los damnificados de una guerra no tienen por qué ser siempre unos que salen por televisión que viven a miles de kilómetros. Debemos rebelarnos y no aceptar que la historia se repita y que alguien pueda pensar que se puede limpiar con nosotros.