

Una extranjera casada con un catalán me dice: "Los catalanes debería hacer dos cosas: no quejarse tanto y disfrutar de la vida". La segunda no se la compro. Decirle esto a un país de artistas, escritores, cocineros, enólogos, castellers o deportistas, en un país con un clima como el nuestro que permite pasarse media vida en la calle casi todo el año, con el mar y la nieve a pocas horas de coche y el corazón de Europa a pocas horas de avión, creo que no es cuidadoso. Otra cosa es que los que vienen de latitudes físicas y políticas menos agraciadas piensen que no nos damos cuenta de lo afortunados que somos de vivir en una especie de mejor de los mundos, que es precisamente una de las razones por las que ellos se han quedado aquí.
La de la queja nos la oímos decir durante el Proceso: "Con una capital como Barcelona y un país como Cataluña, ¿dónde está el conflicto?" Me ha hecho pensar eso que le llaman "una conversación informal con periodistas" en la Moncloa, donde Pedro Sánchez ha soltado una afirmación que da para un gran debate: que Junts no ha medido bien qué es lo que quiere la sociedad catalana. No sé qué le contestarán los aludidos, pero la réplica es sencilla, y es que la sociedad catalana quiere lo mismo que todo el mundo: un presente y un futuro dignos de ese nombre (vivir bien, en términos realistas, lo mejor posible) , por lo que es imprescindible (y justo) que pueda disponer de todo su esfuerzo fiscal (que es muy grande) y decidir cómo lo reparte. El resto es una combinación de bastón y zanahoria provincial, ante la que es verdad que la queja no sólo no sirve para nada sino que va hundiendo al eterno agravado en la frustración.