Funcionarios de prisiones bloquean el acceso a la cárcel de Quatre Camins el sábado 16 de marzo.
21/03/2024
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¿Qué ha fallado? Esta es la pregunta que, de forma recurrente, se ha formulado en los últimos días para explicar el asesinato de una cocinera en la cárcel de Mas de Enric, a manos de un interno que trabajaba en la cocina. El trágico suceso ha llenado las portadas de los últimos días, ha generado una ola de protestas centradas en pedir la dimisión de los responsables políticos y ha abierto todo tipo de debates sobre el sistema penitenciario, demasiadas veces carentes del más mínimo conocimiento de la realidad. Es comprensible la consternación ante tal desgracia, pero eso no justifica ni la demagogia ni el oportunismo de todos aquellos que quieren sacar rédito de una desgracia, especialmente en plena campaña electoral.

El riesgo cero no existe en ninguna parte, en ningún servicio público. En los centros de salud, en las escuelas, en la policía o en los transportes públicos se producen situaciones de tensión que a veces llegan a la agresión. Pero especialmente en el ámbito penitenciario, que justamente tiene la misión de contribuir a la reinserción de aquellas personas que han llegado por haber cometido actos violentos de todo tipo, es donde el riesgo para las personas que trabajan es más evidente. Por eso, los trabajadores de las prisiones merecen un reconocimiento especial.

Sin embargo, para poder tener un debate sereno y honesto es imprescindible situar las cosas en su contexto. Tal y como decíamos en estas mismas páginas en un artículo en defensa del sistema penitenciario catalán, suscrito por responsables de los últimos treinta años, de todos los colores políticos, no podemos juzgar a todo un sistema sólo por un hecho tan excepcional como desgraciado. Un asesinato, como cualquier crimen abominable, genera siempre incomprensión, y ninguna explicación es convincente.

Una pregunta recurrente ha sido entender cómo puede ser que alguien, condenado por homicidio, pueda tener acceso a un cuchillo. Una parte significativa de los profesionales de las prisiones centra su tarea en evaluar el riesgo de las personas internas y en elaborar programas de tratamiento individualizados con el objetivo de encontrar el camino más eficaz para facilitar su reinserción y para evitar que, una vez hayan cumplido la condena, no vuelvan a delinquir. En el caso del interno de Mas de Enric, con el aval de los profesionales, llevaba más de 4 años trabajando en la cocina y demostrando una conducta adecuada. Y sin embargo, contra lo previsible, se produjo la tragedia.

Siendo consejero de Justicia, en 2016, me tocó gestionar una crisis con muchos puntos en común con la que se ha vivido esta semana. En esa ocasión, un interno condenado a 22 años de cárcel por una violación que llevaba 16 años de condena cumplida, en uno de los permisos de fin de semana que se le habían concedido con el aval de los profesionales y del juez, agredió sexualmente y de forma violenta a una mujer. El debate que se produjo fue el mismo: ¿qué ha fallado?

En ese momento, como en el actual, no se podía poner en cuestión todo un modelo señalando sólo un hecho excepcional, por desgraciado, doloroso y desgarrador que fuera. Cataluña, con los datos en la mano, tiene uno de los mayores índices de no reincidencia de los países democráticos del mundo. Según los estudios publicados, 8 de cada 10 personas que han cumplido condena en las cárceles catalanas no vuelven a delinquir. Hace 10 años eran 7 de cada 10, y hace 30 eran 6 de cada 10. La mejora es notable.

Estos resultados no son fruto del azar, sino de un modelo sostenido en el tiempo que han defendido los diferentes responsables que en cada momento han estado al frente del sistema penitenciario, quienes han hecho una apuesta clara por el medio abierto . Está estudiado y evaluado que facilitar el contacto con el exterior y promover actividades, como el trabajo en prisiones, contribuye decisivamente a la reinserción.

Además, se da la paradoja de que hoy hay 5.700 trabajadores en prisiones, 1.000 más que hace 10 años, mientras que la población reclusa se ha reducido en este tiempo de 9.300 internos a 8.200. Seguro que siempre es necesario hacer más y mejor, pero con los datos a la vista sería injusto negar que se ha hecho un esfuerzo.

Para desmerecer todo el sistema hay quien ha querido hacer caricatura diciendo que es un modelo buenista. Quien dice esto lo hace desde una visión ya superada, que concibe las cárceles sólo como espacio de seguridad y disciplina. Las cárceles son eso, sí, pero también son espacios cuya misión es contribuir a la reinserción. Sería más fácil gestionar un sistema en el que los presos no salieran de la celda; quizá habría menos conflictos en prisión, pero acabadas las condenas, una vez en la calle, veríamos que todos aquellos años cerrados han servido de poco. Está claro que tras las protestas de estos días ha habido quien, de forma interesada, ha aprovechado una desgracia para impugnar el modelo penitenciario y pretender hacerlo retroceder.

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