Cada crisis de liderazgo en Alemania es una crisis europea. Y viceversa: cada una de las crisis existenciales que ha encadenado la Unión Europea en las últimas décadas ha transformado también el escenario político alemán. Ahora, de nuevo, la UE vuelve a quedar a la espera de Berlín. En plena aceleración geopolítica en Oriente Medio y en el horizonte ucraniano, con unos líderes europeos que ya han entrado en competición para hacerse ver junto al todavía presidente electo, Donald Trump, la locomotora alemana entra en parada técnica hasta en las elecciones del 23 de febrero. La dinámica electoral marcará, a partir de ahora, el arranque del nuevo ciclo político europeo.
Bruselas se prepara para afrontar la nueva ola de proteccionismo que vendrá de Estados Unidos desde la conciencia de su propia debilidad, con el eje franco-alemán averiado y su modelo económico, cuestionado. Alemania es un país que lleva tiempo arrastrando los pies. Debilitado por una precaución miedosa y una supeditación a los intereses de unas grandes multinacionales más fiables que innovadoras, que han actuado de freno en una Unión Europea cada vez más descolgada de la aceleración que transforma la economía global. Y Olaf Scholz no ha conseguido librarse del peso de la herencia de su antecesora y de unas políticas que ataron la suerte de la economía alemana a tres grandes dependencias que han acabado haciendo entrar en crisis el envarado modelo económico alemán: la dependencia de la energía barata de Rusia, de los mercados chinos y de la seguridad de Estados Unidos. La crisis alemana –y la francesa– explica hoy el declive de buena parte de la eurozona.
Con un Emmanuel Macron aún más debilitado, aferrado a su estrategia de pelota adelante y nuevo gobierno minoritario, París y Berlín se encuentran en un momento de introspección y con un malestar social cada vez más evidente en la calle. En ese contexto, los cantos de sirena de la austeridad vuelven a recorrer algunas capitales comunitarias. El posible retorno de los cristianodemócratas de la CDU a la cancillería alemana puede reforzar las políticas de contención y la línea dura en inmigración, aunque la realidad geopolítica –con el futuro de Ucrania colgando de la implicación europea– obligará a la UE a nuevos esfuerzos económicos y de inversión en los presupuestos militares. Con algunas capitales europeas inmersas ahora en el debate de si es necesario enviar tropas a Ucrania y de quién se hará cargo de la seguridad de un país que ya es candidato a la Unión Europea, si Trump cumple con su anuncio de retirar el apoyo de los Estados Unidos en Kiiv, una posible victoria del candidato democristiano, Friedrich Merz, defensor de una implicación militar más contundente de apoyo al gobierno ucraniano, podría traer cambios en este sentido.
Si algo había caracterizado, tradicionalmente, la sociedad y la política alemanas era la necesidad de estabilidad, la búsqueda del consenso y la aversión a la confrontación. Hoy, la realidad alemana es mucho más caótica. Con la mayor proporción de voto euroescéptico de su historia comunitaria, Alternativa para Alemania (AfD) y la Alianza Sahra Wagenknecht - Por la Razón y la Justicia (BSW) han logrado aprovechar con éxito el miedo a la inmigración, hasta llevar al gobierno Scholz a tomar decisiones como la reinstauración de los controles fronterizos temporales, en contra de los principios que socialdemócratas y Verdes habían defendido tradicionalmente. Scholz también es el canciller que, pese a liderar una potencia y un gobierno reacio con la implicación militar de Alemania en el exterior, ha incrementado un 19% el gasto en defensa y se ha convertido en el segundo principal apoyo militar en Ucrania después de Estados Unidos. Todo ello dibuja un escenario tensionado. Un país con unas dinámicas de cambio internas y externas que le alejan de la imagen que se habían construido.
La última vez que un canciller alemán perdió una moción de confianza fue en el 2005 con otro jefe de gobierno del SPD, el polémico Gerhard Schröder, defensor de una socialdemocracia de tercera vía, que pasó de la cancillería a trabajar por los intereses gasistas rusos. Tras él llegó el largo reinado de Angela Merkel.
Hace poco un eurodiputado socialista aseguraba irónicamente que "la socialdemocracia europea es hoy una llamada entre Scholz y Sánchez". Pero incluso esta imagen gráfica del empequeñecimiento de la que ha sido una de las dos grandes familias de la construcción europea está a punto de quedar aún más debilitada.